La Batalla de Adrianópolis fue un enfrentamiento armado que se libró el 9 de agosto de 378 d.C. en las llanuras al noroeste de la ciudad romana de Adrianópolis (actual Edirne, en la Turquía europea). En ella se enfrentaron las fuerzas de Fritigerno, jefe de los visigodos, y el ejército del Imperio Romano de Oriente comandado por el propio emperador Valente I, que murió en la batalla y cuyo ejército fue aniquilado. Fue la mayor derrota romana desde la Batalla de Arausio y el último combate en el que los romanos emplearon sus clásicas legiones, pues a partir de entonces comenzaron las batallas a poner más énfasis en la caballería y las pequeñas divisiones armadas, como los comitatenses. El desarrollo de la batalla se conoce realmente bien gracias sobre todo al relato de dos historiadores romanos contemporáneos, Amiano Marcelino y Orosio.
ANTECEDENTES
Los godos procedían originalmente del sur de Escandinavia, pero a partir del siglo I emigraron hacia el sudeste, asentándose dos siglos más tarde en las grandes llanuras al norte del Mar Negro. Allí se dividieron con el tiempo en dos ramas, los ostrogodos (del gótico Ost Goths, "godos del este") y los visigodos (en gótico Wiss Goths, "godos del oeste"), separados por el río Dniéster. Los visigodos se extendieron enseguida hacia el suroeste, cruzando con frecuencia la frontera romana y realizando todo tipo de saqueos, hasta que llegaron a un acuerdo por el que los romanos les cedían la provincia de Dacia (oeste de la actual Rumania) a cambio de la paz en tiempos del emperador Aureliano (270-275). Constantino I el Grande les convirtió en federados del Imperio ( Foederati) y les encargó la defensa del limes danubiano a cambio de importantes sumas de dinero, pero pronto llegaron los problemas. Si los romanos tenían que pagar a los bárbaros para que los defendieran, ¿quién les impediría recibir más dinero que el de una legión cualquiera? A pesar de las crisis económicas de los siglos III y IV los romanos seguían teniendo mucho dinero, sólo había que cogerlo. Así que, cada vez que los godos estimaban que les convenía un aumento de su sueldo, cruzaban en armas el Danubio, saqueaban un par de ciudades y volvían a sus tierras, comunicando a los romanos que seguirían haciéndolo mientras los subsidios no se les aumentasen. Así lo hicieron hasta el año 370, cuando se aliaron con los soldados romanos que se habían rebelado contra el emperador Valente y fueron derrotados. Ese mismo año, los godos se encontraron a sus espaldas con un enemigo con el que no contaban: los hunos. Este pueblo de jinetes asiáticos derrotó estrepitosamente a los alanos del Volga y se extendió rápidamente por las estepas de Rusia, enfrentándose a los ostrogodos en 370, que fueron también vencidos y forzados a servir en su ejército junto con otros pueblos germánicos. Las noticias relatadas por los refugiados ostrogodos pusieron a sus hermanos del oeste en pie de guerra, pero cuando en 376 los hunos atravesaron el Dniéster para enfrentarse a ellos, los godos occidentales fueron derrotados igualmente. Al contrario que sus hermanos orientales, los visigodos tuvieron ocasión de huir y la aprovecharon, solicitando a los romanos cruzar el Danubio e instalarse esta vez en la provincia de Moesia, en las actuales Bulgaria y Serbia. Los romanos no rechazaron la propuesta, pues les convenía para defender los Balcanes de la previsible futura invasión de los hunos. Historiadores romanos cifraron la masa de refugiados en un millón de personas (de las que hasta un quinto eran guerreros), sin embargo, la cifra es considerada por muchos historiadores modernos una exageración, rebajando la cifra a algunos cientos de miles de germanos (visigodos, ostrogodos, alanos y tervingios), siendo de 75.000 el número de visigodos (15.000 serían guerreros) a los que se sumaron tras cruzar la frontera unos 4.000 jinetes ostrogodos y alanos que habían entrado furtivamente en el imperio, con 2.000 a 5.000 carromatos se presentaban voluntarios para cultivar y defender una zona fronteriza escasamente poblada, donde las pocas legiones y los mercenarios francos se habían mostrado insuficientes frente a las invasiones anteriores de los propios visigodos y otros pueblos bárbaros. Los visigodos se asentaron en Moesia de forma prácticamente independiente, sólo condicionados a pagar determinados impuestos y servir en el ejército cuando fuera necesario, por lo que comenzaron a recibir nuevas armas y adiestramiento en las técnicas de guerra romanas. También gozaron a partir de ese momento de la ciudadanía romana.
La llegada de los visigodos a Moesia contó con el voto en contra de amplios sectores de la sociedad romana. Muchos políticos y militares veían un peligro inminente en la presencia de los visigodos como ente autónomo dentro del Imperio, considerándolos el equivalente a un tumor en el mismo y que tarde o temprano ocasionarían problemas. Sin embargo, los pretorios Modesto y Tatiano recomendaron el asentamiento de los federados, por considerar que las ventajas superaban ampliamente a las posibles pegas. Por otra parte, el pueblo de la zona y la Iglesia no veían bien el tener como vecinos a los bárbaros, con numerosas costumbres paganas y creyentes en su mayor parte en la doctrina del arrianismo, que el resto de los cristianos consideraban una herejía. No obstante, Valente hizo caso omiso de estas quejas, pues al fin y al cabo él mismo era arriano, y eso le daba más confianza entre los inmigrantes. En cuanto al peligro de rebelión, Valente lo consideró pequeño, ya que los visigodos habían dado en los últimos tiempos muestras una y otra vez de querer servir al Imperio y adoptar numerosos aspectos de su cultura. En el peor de los casos, si los visigodos volvían a las andadas deberían abandonar las tierras de Moesia y se encontrarían acorralados entre las hordas hunas y las tropas de los imperios de Oriente y Occidente, sin posibilidad de ir a ningún lugar. Todo parece indicar que los godos cumplieron con su cometido esta vez y que fueron los romanos los causantes de que el frágil equilibrio se rompiera dos años después. Los Balcanes eran una zona pobre, y los funcionarios romanos en la región recurrían a todo tipo de corruptelas para prosperar. De entre todos los funcionarios que comenzaron a inflar los tributos en exceso y acosar a los godos con la intención de arrebatarles hasta el último fruto de su trabajo destacaba especialmente el avaricioso "Conde" (Comes, gobernador y recaudador de impuestos) de Moesia, Lucipino, y su ayudante Máximo. Lucipino también hizo grandes negocios vendiendo a precios desorbitados los materiales y alimentos que el Imperio había dispuesto para crear los nuevos asentamientos. Aunque en principio el más destacado noble y líder mayoritario de los visigodos de Moesia, Fritigerno (en gótico Frithugarnis, "el que desea la paz") acató el trato de Lucipino, pronto empezó a mostrar reticencias ante las sucesivas visitas de los recaudadores. Se han señalado varias razones para ello: la muerte del noble godo Alavio o Alavivo (Alavivus), que hasta entonces habría recomendado una postura más dócil a Fritigerno; la llegada de Atanarico y sus seguidores por cuenta propia a Moesia, antaño enfrentados a Fritigerno y su política colaboradora con los romanos, a los que Valente se había negado a acoger en el Imperio y que habían sido abandonados en Dacia ante el empuje de los hunos; o el simple agotamiento de la paciencia de Fritigerno, sobre todo en un año 377 que había sido malo para la agricultura y en el que la hambruna golpeaba a su pueblo En cualquier caso, Lucipino comenzó a considerar a Fritigerno como un posible obstáculo para sus planes y decidió asesinarlo. Para ello, invitó al jefe visigodo a un banquete con la excusa de limar asperezas con él, donde esperaba pillarlo por sorpresa. Sospechando la actitud de Lucipino, o quizás avisado por alguien, Fritigerno se presentó armado y acompañado por sus mejores hombres al convite, y fue él quien mató allí a Lucipino y los que iban a ser sus asesinos. Considerándose entonces libres de su acuerdo con los romanos, los visigodos decidieron recuperar sus bienes saqueando las poblaciones romanas de Moesia y especialmente la más rica provincia vecina de Tracia. Dos pequeños destacamentos romanos se enfrentaron a los godos sucesivamente y fueron derrotados.
EL PLAN ROMANO
La rebelión de los godos cogió por sorpresa a Valente en la ciudad siria de Antioquía, desde donde planificaba una campaña contra el Imperio persa que, como desde hacía siglos, discutía las fronteras romanas en Oriente Próximo y apoyaba revueltas de los pueblos locales contra Constantinopla, como la de Cilicia, sofocada en 375, o la de los sarracenos en Palestina, Fenicia y el Sinaí, que se consiguió someter a finales del 377 de forma más o menos efectiva. Aprovechando este pequeño respiro, Valente dirigió el trasvase de tropas veteranas desde la frontera oriental a los Balcanes, donde acabó formando uno de los mayores ejércitos romanos que se habían visto nunca. En Adrianópolis, donde se instaló el campamento y se guardó el tesoro imperial destinado a pagar la campaña, se reunieron nada menos que 7 legiones, cuyo núcleo estaba formado por 5.000 hombres veteranos de las legiones palatinae, la élite del ejército romano del momento, ayudados por los auxilia palatinae y otros tipos de auxiliares hasta alcanzar los 21.000 hombres. Apoyando a éstos se reunieron otros 28.000 auxiliares ligeros, con poca o ninguna armadura. Al igual que en otras ocasiones, el peso de la contienda fue asignado a la infantería romana, mientras que la caballería sólo tendría un papel secundario apoyando a ésta. No obstante, el destacamento de caballería que marchó a Adrianópolis también fue importante, pues estaba constituido por 1.500 jinetes de élite de la guardia imperial (Schola palatinae) apoyados de cerca por 1.000 equites palatinae y 5.000 equites comitatenses. En este último grupo se incluían importantes divisiones de caballería árabe y arqueros a caballo. Sin embargo, tan impresionante ejército contaba con una importante diferencia respecto a las poderosas legiones romanas de antaño: el equipo. Los años de crisis económica habían hecho mella en el ejército, que ahora debía marchar menos preparado a la batalla. Las tropas de infantería pesada habían sustituido la armadura de placas (lorica segmentata) por la menos efectiva cota de malla, que hasta entonces habían llevado los auxiliares (muchos de los cuales marchaban esta vez a la batalla sin armadura y en algunos casos ni siquiera casco). El gladio, la antigua espada romana, había sido sustituida por otra más larga (Spatha), y el pilum había sido retirado en muchos casos, aunque algunas unidades de infantería y caballería portaban una lanza larga (en este último caso, influidas por la caballería bárbara). También se había perdido el scutum, el antiguo y bien efectivo escudo rectangular romano, por lo que las unidades que llevaron algún escudo a la batalla lo hicieron con modelos redondos u ovoides de madera o metal más barato, similares a los de los bárbaros. Además habían empeorado la instrucción y disciplina de la tropa. Los visigodos habían recibido una instrucción similar a la de los romanos y, por muy grande que fuera el ejército reunido por Valente, éste seguía siendo la mitad de los hombres con que contaban los godos. Con el fin de alcanzar un número comparable, Valente se puso en contacto con su sobrino Graciano el Joven, emperador de Occidente que había logrado rechazar con éxito varias invasiones bárbaras, el cual accedió y marchó junto a un ejército propio para reunirse con el de su tío.
LOS GODOS Y SUS ALIADOS
La llegada de tropas de élite era un hecho esperable después de las fáciles derrotas de las pequeñas guardias romanas en la zona. A pesar de que el equipo e instrucción de los romanos ya no era el de tiempos pasados, Fritigerno sabía que probablemente eran superiores a los suyos y todavía podían hacerles mucho daño, por lo que trató de contrarrestar esa diferencia multiplicando todavía más sus numerosas tropas. Los emisarios visigodos recorrieron las zonas circundantes e incluso volvieron a cruzar el Danubio para entrevistarse con los pueblos que habitaban allí, entre ellos sus viejos enemigos hunos. Las gestiones dieron un considerable éxito, pues consiguieron el apoyo de los alanos, ostrogodos y otras tribus bárbaras menores. Incluso se unieron al ejército varios centenares de hunos y refugiados romanos (esclavos fugitivos, desertores, etc.) a título personal. Así pues, el ejército inicial de visigodos y refugiados ostrogodos, compuesto por unos 110.000 guerreros, creció hasta la impresionante cifra de 155.000 hombres y 11.500 jinetes sin que lo supieran los romanos, haciendo parecer aún más pequeño a su lado al ejército de Valente. Los bárbaros no estaban especializados en el manejo de un arma en particular, por lo que marchaban a la batalla con todo tipo de armas, tanto arrojadizas ( jabalinas, arcos, hondas, hachas..) como de combate cuerpo a cuerpo. Durante el transcurso de la batalla podían luchar tanto montados como a pie, cambiando a menudo de una situación a otra sin problemas. Las unidades no estaban bien definidas, tal vez con la única excepción de un cuerpo de caballería pesada acorazada de inspiración romano- sármata. Un buen número de los guerreros godos llevaban también cotas de malla y cascos de origen romano, así como su característico escudo redondo de gran tamaño.
LA BATALLA
El 9 de agosto de 378 el ejército de Valente dejó la impedimenta, demás pertrechos e insignias imperiales en Adrianópolis o sus afueras, y se movilizó hacia el noroeste, hasta avistar en una llanura el campamento godo, cerca de las dos de la tarde. No parecía haber centinelas lejos del campamento, donde las tropas godas parecían acampar al completo, protegidas detrás de los carros vacíos que usaban como muralla (laager) cuando no se estaban moviendo. Los refuerzos de Graciano aún no habían llegado, por lo que se discute cuáles serían realmente las razones de Valente para marchar hasta allí: quizás aún no esperase entrar en batalla y disponer tropas a la vista de los visigodos fuese sólo una medida de presión con el fin de forzar su rendición. Otros opinan que Valente quería de verdad entrar en combate en ese momento, confiando en que sus tropas veteranas le diesen una victoria que, de esperar a Graciano, sería compartida y por tanto menos honorable. Reunido con sus generales, Víctor y Ricimero (éste último de origen germano, que había supervisado la llegada de los visigodos a Moesia por orden de Valente) le sugirieron esperar a Graciano y no meterse en problemas de momento. Sebastián, en cambio, recomendó un ataque inmediato que aprovechase el factor sorpresa. No se haría ni lo uno ni lo otro. Las tropas romanas avanzaban en posición lineal, con la infantería pesada de Trajano y los auxiliares en el centro, y la caballería protegiendo los flancos. Valente permanecía detrás de la infantería con su guardia personal. Cuando los godos vieron a los romanos en las cercanías, Fritigerno solicitó parlamentar. Es probable que en lugar de querer con ello eludir la batalla, su objetivo fuese en realidad el de ganar tiempo. Tenía la infantería y una pequeña parte de la caballería dentro de los límites del campamento, pero la mayor parte de ésta (con la que no contaban los romanos) estaba en camino al mando de los nobles ostrogodos Alateo y Zafras.
El primer ataque correspondió a los romanos, aunque parece que les cogió por sorpresa tanto a los godos como a sus propios compañeros. Sin esperar a que acabasen las negociaciones, los tribunos Cassio y Bacurio de Iberia ordenaron a sus tropas auxiliares el ataque, que marcharon rápidamente hacia el campamento visigodo mientras el resto de la infantería romana seguía en sus posiciones. El flanco izquierdo de la caballería los imitó, buscando atacar a los godos por un lateral mientras éstos se enfrentaban a las dos pequeñas divisiones de auxiliares, las cuales fueron rechazadas sin problemas y puestas en fuga de forma deshonrosa, corriendo rápidas a sus posiciones anteriores. Acababan de iniciar la batalla de la peor forma posible Fritigerno dio las conversaciones por terminadas y ordenó atacar en ese momento, haciendo salir a la mayoría de sus hombres del campamento en busca de los romanos. Entonces apareció a su derecha el enorme ejército de jinetes al mando de Alateo y Safrax, que se encontró de cara con el destacamento de caballería del flanco izquierdo romano, el cual fue obligado a retroceder hacia sus posiciones originales después de ocasionarle numerosas bajas. Los visigodos controlaban ya el terreno, y al acercarse a las líneas romanas, comenzaron a lanzarles las armas arrojadizas que portaban. Los romanos aguantaron como pudieron la lluvia de proyectiles hasta que las líneas godas llegaron hasta ellos, comenzando en ese momento el combate cuerpo a cuerpo Mientras la infantería y el flanco derecho de la caballería combatían contra sus homólogos bárbaros, sufriendo numerosas bajas en ambos bandos, la caballería del flanco izquierdo romano se revolvió y atacó de nuevo a Alateo y Safrax. Tal maniobra les cogió desprevenidos y permitió a los romanos hacerles retroceder, adelantándose en el campo de batalla prácticamente hasta los carros visigodos. Se considera que éste fue el punto de inflexión de la batalla, pues de haber recibido entonces ayuda de otras unidades, quizá la caballería romana hubiese podido poner en fuga a la bárbara, a pesar de que le superaba en número, y atacar por detrás a la infantería visigoda.
La caballería romana comenzó a verse ampliamente superada, a medida que perdía empuje y no recibía ayuda, mientras que a la caballería visigoda se sumaban hombres a pie de las tropas que habían quedado dentro del campamento, incluido el propio Fritigerno. La desproporción de fuerzas se hizo patente y lo que quedaba de la caballería romana en ese flanco fue destrozada, huyendo los pocos supervivientes del campo de batalla. Una vez puestos en fuga los equites romanos, la infantería de Fritigerno avanzó para sumarse a las primeras líneas de infantería goda. Mientras tanto, la caballería de Alateo y Safrax se adelantó por el lateral para atacar los flancos y la retaguardia de Trajano, comenzando a cercar a los romanos por la izquierda. Amiano Marcelino relata lo que debió de ser especialmente aterrador para los soldados romanos, que vieron salir de entre el polvo ("como de la nada") a la caballería goda, por sorpresa y a sus espaldas. Esto dejó a gran parte del ejército romano sin capacidad de maniobra. Los soldados destacados en el flanco izquierdo estaban ya perdidos, sabedores de que no había posibilidad de huir ni clemencia que esperar de los visigodos. Aunque en este punto los historiadores latinos probablemente exageran, no resulta tan raro que los hombres de esas unidades peleasen hasta la muerte, llegando a cargar sin posibilidades de victoria contra las cada vez más nutridas filas de bárbaros. Las bajas fueron enormes en los dos bandos, hasta el punto de que pronto el número de cadáveres y los charcos de sangre comenzaron a hacer dificultoso el moverse por el campo. Las unidades romanas perdieron la comunicación entre ellas. Mientras unas aprovecharon para huir, otras, viéndose cercadas, tuvieron que pelear hasta el final.
Entonces empezó una huida general de aquellas tropas romanas que podían, abandonando al resto a su suerte. Mientras las últimas unidades de Trajano eran aplastadas, Valente corrió a refugiarse tras lo que quedaba de la caballería del flanco derecho, que unida a las últimas unidades auxiliares intentaban organizar un núcleo final de resistencia en torno al emperador. Los generales Trajano y Víctor estaban con él Sobre el final de Valente circulan distintas versiones, sin que se pueda afirmar con seguridad cuál es la correcta. La primera y más simple cuenta que, sencillamente, Valente murió tras recibir el impacto de una flecha enemiga, acorralado y combatiendo junto a los hombres que lo acompañaban, como un soldado más. Otras dicen que pudo ser evacuado por sus generales (quizás herido) y se refugió en una casa cercana o, más probablemente, en una torre de guardia. Los visigodos ignoraban que Valente estaba dentro, pero al observar que se guarecían soldados romanos en su interior, acabaron con las últimas tropas que se les oponían y prendieron fuego al edificio, matando a todos los que se encontraban dentro. Sea como fuere, lo cierto es que nadie pudo identificar después el cuerpo de Valente entre todos los caídos en la batalla, por lo que tuvo que ser sepultado como un soldado anónimo más.
CERCO DE ADRIANÓPOLIS
Los visigodos no se detuvieron tras la batalla. Acababan de destruir el mayor ejército visto en la zona y se podía decir que ya eran los dueños de los Balcanes. Incluso habían matado al emperador sin que éste tuviera hijos, dejando a todo el Imperio huérfano. El paso más lógico fue proseguir su política de saqueos y decidieron comenzar por Adrianópolis, a poca distancia, con el tesoro imperial en su interior y hacia donde había conseguido huir alrededor de un tercio (20.000) de los hombres de Valente. Adrianópolis era un botín muy valioso, y aún se revalorizaba más por el hecho de dominar los caminos hacia Constantinopla, la propia capital de los romanos de Oriente. La captura de la ciudad no iba a ser fácil. A la guardia urbana se sumaron los soldados supervivientes de la batalla, aunque las autoridades locales no permitieron a éstos entrar en la ciudad. En su lugar debieron construir a toda prisa un segundo muro de barricadas en torno a la ciudad tras los que refugiarse ellos y la propia Adrianópolis, donde la propia población comenzó a colaborar de forma masiva con el ejército para hacer frente a la inminente llegada de los godos. Éstos llegaron poco después. Con el fin de dificultar aún más la entrada del enemigo en la ciudad, se bloquearon las puertas colocando grandes piedras tras éstas y se montaron algunas máquinas de guerra. El bloqueo de las puertas dejaba a los restos del ejército de Valente sin posibilidad de huir y refugiarse. Así pues, no es de extrañar que cuando los romanos avistaron a los godos, fuesen 300 auxiliares de los primeros los que iniciasen la nueva batalla lanzándose en una carga tan heroica como suicida. Todos sus integrantes murieron. Los germanos avanzaron hasta las líneas de defensa de la ciudad, donde se vieron obligados a detenerse y luchar bajo los muros de la fortaleza, mientras los romanos que había arriba les lanzaban todo tipo de proyectiles. Los godos también lanzaban sus propias armas arrojadizas, pero llegado un determinado momento, los sitiados se dieron cuenta de que los bárbaros recogían lanzas y flechas del campo de batalla y las volvían a lanzar contra ellos, señal de que las suyas se habían agotado. Para dejar a los godos sin posibilidad de lanzar los proyectiles que les llegaban, se ordenó romper la unión entre las puntas y el resto de la flecha o lanza. Así, las armas arrojadizas podían usarse una vez más, pero cuando impactaban con algo (hubiesen acertado o no) se rompían del todo y quedaban inutilizables. Además, las puntas sueltas se clavaban en los soldados enemigos, sin posibilidad de extraerse más tarde.
Mientras la lucha proseguía en los muros de esta manera, se terminó de armar y disponer para el combate un onagro. Los romanos apuntaron al grueso de las tropas godas y lanzaron la primera piedra; ésta erró el tiro, pero tuvo un cierto impacto psicológico sobre los atacantes, que no disponían de armas de asedio. No esperaban ver salir de entre el humo y el polvo de la batalla a una gran roca dirigiéndose directamente hacia ellos, por lo que no supieron cómo reaccionar y perdieron momentáneamente la cohesión entre sus fuerzas, facilitando el contraataque de los romanos. Tras sufrir innumerables bajas y fracasar en cada una de sus cargas, siendo expulsados de los muros tan pronto como apostaban una escala, los visigodos se vieron finalmente obligados a retirarse y marchar de nuevo hacia el noroeste, salvándose Adrianópolis y Constantinopla de sufrir su conquista. Una vez que se aseguraron de la marcha de los godos, los soldados volvieron con el tesoro imperial a Constantinopla o se refugiaron en otras ciudades más seguras de las inmediaciones. Muchos de los habitantes de Adrianópolis abandonaron también sus casas por miedo a que los bárbaros volvieran, si bien éstos no llegaron a hacerlo.
CONSECUENCIAS
La primera y obvia consecuencia de la aplastante derrota del Imperio Romano de Oriente fue el trono vacante que Valente dejó en Constantinopla. Antes de que el caos se adueñase de Oriente, el emperador de Occidente y sobrino del difunto, Graciano, encargó su gobierno al general hispano Flavio Teodosio, que fue coronado en 379 y llegaría a ser conocido como Teodosio I el Grande. Teodosio adquirió el trono de Occidente años más tarde y fue el último hombre que gobernó el Imperio Romano en su totalidad, razón por la cual se le llama a menudo el último de los romanos. Teodosio dirigió personalmente una nueva campaña contra los godos que terminó al cabo de dos años, tras los cuales consiguió derrotarlos y negociar un pacto en 382 con su nuevo jefe, Atanarico, que volvía a restituirlos como foederati en Moesia. Fritigerno había muerto por causas naturales el año anterior. Aunque el nuevo pacto supuestamente devolvía la situación al statu quo inicial, lo cierto es que ya nada volvería a ser igual para los godos ni para los romanos. Tras Adrianópolis, los visigodos fueron plenamente conscientes de su fuerza y continuaron extorsionando a los romanos cada vez que les parecía conveniente. El que llegó más lejos con esta política fue Alarico I, que incluso aspiró a ocupar algún cargo importante en el gobierno del Imperio de Oriente. Al no ver resueltas sus demandas, sometió a los Balcanes a una nueva política de saqueos, llegando a entrar en Atenas. Sólo cesó en su empeño cuando Rufino, el tutor ostrogodo del hijo de Teodosio, le reconoció como magíster militum de la provincia de Iliria. Tal concesión fue en realidad una auténtica estafa, pues forzó a los visigodos a instalarse en unas tierras menos ricas y fértiles que las que dejaban atrás, y que encima eran disputadas por los Imperios de Oriente y Occidente.Las desavenencias de Alarico con sus nuevos vecinos occidentales (que no reconocían el gobierno de Oriente ni de Alarico sobre Iliria) conducirían en último término al saqueo de Roma en 410, el cual fue visto por los contemporáneos como el fin del mundo conocido.
La derrota de Adrianópolis tuvo también sus consecuencias en la forma romana de hacer la guerra. Tras la masacre romana, fue imposible recuperar el número de soldados y oficiales perdidos en la batalla y hubo que reestructurar el ejército, abandonando el clásico sistema de legiones. A partir de entonces (fue Teodosio quien exportó el nuevo modelo a Occidente), el ejército romano se dividió en pequeñas unidades de limitanei (guardias fronterizos, muchas veces bárbaros federados) dirigidas por un "duque" (dux) que gobernaba una zona fronteriza desde una fortaleza particular, más un ejército móvil (comitatenses) que se desplazaba de un lugar a otro según apareciesen los problemas. Este nuevo sistema de defensa sería el embrión del futuro sistema feudal vigente durante la Edad Media. La batalla de Adrianópolis también demostró la eficacia de la caballería en la guerra, por lo que su número aumentó en los nuevos ejércitos en detrimento de la infantería. Las nuevas unidades de caballería solían estar formadas asimismo por mercenarios bárbaros, fundamentalmente hunos, sármatas o persas, que combatían con espada larga y lanza y fueron a su vez los precursores de los caballeros medievales. Finalmente, el caos ocasionado por los godos en Adrianópolis fue aprovechado por los hunos para cruzar el Danubio e imitar la política de saqueos y extorsiones que tan buenos resultados había dado a los visigodos. Cuando Atila llegó al trono huno en 434, esta política era algo común para su pueblo, y fue él quien la llevó a su máxima expresión acelerando la caída del Imperio Romano de Occidente.
FUENTE:Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Adrianópolis
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