Ya que por desgracia el ezine Aurora Bitzine parece haber salido de circulación de manera permanente, iré subiendo los relatos publicados en los números de Ragnarok para aquellos que no tuvieron la oportunidad de leerlos anteriormente.
Los relatos se subirán de manera ascendente, para que los lectores puedan disfrutarlos en el mismo orden en el cual fueron publicados.
PEREGRINOS DE LA OSCURIDAD
Ragnarok No. 3
A pesar de la
fina arena que lastimaba su rostro, los ojos azules del joven Tarek
permanecieron pegados a la imponente estructura que se insinuaba en medio de
las dunas. Un escalofrío lamió su espalda al comprender que el momento esperado
por fin había llegado. Las oscuras profecías del maestro comenzaban a cobrar
forma en su mente, mientras contemplaba al grupo de encapuchados que cabalgaban
hacia el zigurat, dejando una estela de polvo tras de sí.
Un temor reverencial se apoderó de los peregrinos al poner pie en
el interior de la inmensa estructura. Eran conscientes de que ningún ser
viviente había hollado aquellos corredores sagrados en más de cinco mil años. Los
servidores de las sombras se postraron ante la horrenda efigie de piedra que
guardaba la entrada del lugar, recitando una escalofriante salmodia en busca de
protección.
El débil fulgor de las antorchas creó un oasis de luz en medio de
las tinieblas que les rodeaban, dando vida a los siniestros frescos que llenaban
las paredes del recinto. Tarek no pudo ocultar el desasosiego que le causaban
aquellas imágenes sacrílegas, repletas de orgías bestiales y crueles
asesinatos. La esencia de la maldad palpitaba en cada piedra de aquel execrable edificio.
Se abrieron paso a través de amplios corredores, atestados de
ídolos de roca y bronce que representaban a los nigromantes que habían
esclavizado aquellas tierras en las remotas eras de oscuridad, cuando los Señores de las
Catacumbas dominaban el mundo a sus anchas.
A medida que se adentraban en el adytum impío,Tarek sentía
cómo el corazón martilleaba desbocado en su pecho. Sobrecogido, volvió la vista
hacia atrás y advirtió la silueta jadeante que era arrastrada sin piedad por
los sirvientes de Etzahel. Aferró con sus dedos sudorosos la hoja que ocultaba
entre la túnica. Aspiró el aire malsano que reinaba en el recinto, consciente
de que muy pronto los años de espera darían sus frutos.
Sus cavilaciones se vieron interrumpidas por el creciente murmullo
que rompió con el sofocante silencio que les embargaba. Levantó la cabeza y un
horror visceral le erizó todos los vellos del cuerpo. El resplandor de las teas
develaba un salón circular, adornado con extraños bajorrelieves de fieras salvajes
en una lucha fraticida. Sin embargo, la atención de los peregrinos se desvió hacia la gran piedra negra que
despedía leves destellos en el centro de la sala.
—Estamos en el corazón del santuario —exclamó con júbilo un hombre
de ojos crueles. Se acercó a la mole oscura, acariciando los milenarios
caracteres grabados en la piedra, los cuales parecían cobrar vida al contacto de aquellas zarpas huesudas y nudosas.
Se volvió hacia los demás, y la luz de las antorchas le dio un
aspecto aterrador al rostro descarnado
que se dibujaba debajo la capucha.
—¡Preparad el ritual! —rugió con voz gangosa. Sus pupilas
enloquecidas revelaban una euforia malsana.
Tarek contempló a sus acompañantes mientras se afanaban en cumplir
las órdenes de su señor. Con el corazón a punto de estallar, miró de soslayo a
la inocente criatura que lloriqueaba encadenada contra el muro. Tenía que
actuar cuanto antes, debía impedir la consumación del ritual blasfemo y
evitar que una nueva edad de oscuridad y asolara el mundo. Comprendía que los años de
sacrificios y vejaciones que había pasado como discípulo de la secta de
Etzahel, habían tenido un solo propósito: evitar que se cumpliera la profecía
del despertar del dios Lobo. Ahora que
el momento por fin había llegado, la ansiedad caldeaba sus venas al
tratar de asimilar la gran responsabilidad que tenía por delante.
El salón cobró vida gracias a las luces de los braseros que ardían
en los rincones. Los peregrinos se postraron de rodillas al descubrir la majestuosa
efigie de Etzahel — el dios Lobo — que se alzaba en un nicho al fondo de la
pared.
—¡Alabado seáis! ¡Oh, Poderoso soberano de Ultratumba! —espetó el
sacerdote impío, cayendo frente a la efigie. Luego, volviéndose con una mueca demencial, señaló el rincón
donde se hallaba la indefensa mujer.
—¡Aquí os traemos un humilde presente para saciar vuestra sed y
renovar nuestro milenario acuerdo!— El
eco de sus palabras retumbó por todo el recinto como una maldición.
De inmediato, dos fornidos esbirros se pusieron de pie y
arrastraron a la aterrada mujer hacia el altar. Los alaridos de aquella
miserable se clavaron en los oídos de Tarek como puñales de hielo. Su
cuerpo temblaba de ira, esperando la oportunidad para entrar en acción.
El joven se sobrecogió al contemplar aquel rostro angelical desfigurado
en una suplicante máscara de terror.
A su alrededor, los miembros del culto permanecían absortos
en lo que estaba a punto de suceder frente al altar, mientras comenzaban a
recitar una tenebrosa monserga de alabanza a su dios maldito.
Entretanto, la muchacha se debatía sin esperanza sobre la gélida
piedra que la mantenía cautiva, en medio de los dos brutos que la sostenían con
fuerza de brazos y piernas.
—¡Oh, gran amo de la tinieblas, Señor del caos y la muerte! —La piel ajada del Sacerdote se contrajo en los
pómulos, dándole el aspecto de una momia polvorienta, al tiempo que sus ojos
parecían querer salirse de las orbitas—. ¡Vuestros humildes esclavos os ofrecen
este acuerdo de sangre y vida para
renovar nuestros votos con la oscuridad!
La mujer, al vislumbrar aquel terrible
destino, dejó escapar un espantoso alarido cargado de ira, dolor e impotencia.
—¡Oh, Etzahel, comandante de las huestes oscuras, cumplid la
profecía! —aulló el sirviente de las sombras, alzando los brazos hacia la
efigie.
—¡Haced que la tierra tiemble con vuestro poder, y enviad a
vuestras sanguinarias legiones a la victoria final sobre nuestros odiados
enemigos!
Acto seguido, el fulgor del acero se materializó en las manos del
anciano. Se trataba de una hoja ancha, con la testa de un lobo furibundo como
empuñadura. La alzó sobre su cabeza, y comenzó a escupir una retahíla
incomprensible en una lengua extinguida en
los albores del tiempo. Entretanto, la
monserga repetida por los fieles cobraba intensidad, envolviendo a los
presentes en un trance escalofriante y siniestro.
El sacerdote apretó el cuchillo con ambas manos. Sus pupilas
destellaban con sadismo ante la visión de la aterrada muchacha que batallaba
con desespero en el altar.
—¡Oh, mi señor y amo! —rugió, con el semblante contraído en una
mueca sobrehumana—. ¡Recibid esta ofrenda y despertad de nuevo a la vida!
De pronto, una potente mano detuvo la hoja asesina antes de que
atravesara el pecho de la muchacha, provocando que el anciano rodara por las
escalones del estrado.
Uno de los brutos que aseguraba a la víctima saltó sobre el osado
joven, pero la hoja de Tarek se hincó sin piedad en sus entrañas, vaciándole
las vísceras. Su compañero, sorprendido, liberó los brazos de la mujer y corrió
en auxilio de su maestro.
—¡Vamos, debemos salir de aquí! —exclamó Tarek con ansiedad,
clavando la mirada sobre el rostro congestionado de la mujer.
Se volvió hacia los peregrinos, quienes le miraban sin salir del
estupor, a la vez que el sacerdote se ponía en pie con dificultad.
—¡Blasfemos, impíos, el señor de la Montaña Blanca me
ha enviado para evitar este acto antinatural! —vociferó el joven, blandiendo la
espada con increíble agilidad, y esperando la arremetida de los esclavos de las
tinieblas.
De repente, la sonrisa lobuna que se dibujó en el rostro del
anciano le heló la sangre en las venas. Era como si aquel ser decadente supiera
con anterioridad lo que iba a suceder en aquel lugar. Una certidumbre aterradora le obligó a
volverse hacia el altar, al sospechar que los siervos del lobo siempre habían
estado al tanto de sus intenciones.
Lo último que Tarek vio en su vida, fueron los ojos demoníacos de
la mujer refulgiendo como ascuas encendidas, mientras le clavaba un agudo
estilete en la garganta. Lo último que
escuchó, fueron sus graznidos de arpía al erguirse sobre el altar y
contemplarle con odio y desprecio.
—¡Oh, gran soberano de lo oscuro! ¡Recibid la esencia de este
infiel y cumplid la profecía! —aulló la mujer, levantando los brazos al cielo
en un gesto grotesco.
Los peregrinos de la oscuridad se hincaron ante la Suma Sacerdotisa, clamando al
unísono el nombre de su dios maldito, y esperando con fervor el cumplimiento de
la profecía que les devolvería el poder perdido.
Pobre Tarek, creyó ser el héroe pero al final resultó ser la víctima. Muy interesante relato sobre sectas oscuras, me ha encantado.
ResponderEliminarUn giro inesperado siempre es una buena táctica literaria. Con este relato me gané el segundo puesto en el Concurso del Círculo de Bardos hace algunos años.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, compañero.