lunes, 28 de diciembre de 2009

Armas Antiguas- Espadas largas y bastardas



Espada larga


La espada larga —del inglés longsword—, también llamada en la península montante y en ocasiones 'espada de guerra', 'espada de mano y media' e incluso espada bastarda es una espada europea de hoja larga y doble filo, más estrecha y con cruz más amplia que la espada medieval, y con empuñadura para dos manos (o mano y media), que se usó profusamente entre los siglos XIV a XVI
Su característica más importante fue, además de su longitud, su forma de blandirla. Estas armas se empleaban exclusivamente a dos manos, y dado que su empuñadura era de "a mano y media", ciertas -pocas- de sus formas de blandirlas podían hacerse a una mano.
La espada larga o montante, recoge en su familia a varios tipos de espadas de hoja larga de uso principal a ambas manos entre las que se encuentran las antes citadas "pero" que no engloban las grandes armas de filo a dos manos de la época y posteriores como son el mandoble -espadón, claymore y demás armas tradicionalmente llamadas "a dos manos". Esto es debido a su tamaño intermedio entre las familias de armas blancas a una mano y a dos, y a su forma y escuelas de esgrimirlas.
En el caso español, el montante -arma de doble filo a dos manos y de grandes gavilanes-, es el término correcto y más técnico de llamar a la espada larga, y es genérico para las espadas usadas a ambas manos de todas las épocas. Ciertos especialistas sólo usan el término para tipos de espadas no tan grandes como los espadones suizos y alemanes.



Orígenes

Las espadas largas o montantes son un desarrollo natural desde las llamadas espadas medievales europeas -derivadas de las espadas nórdicas- las cuales eran blandidas a una sola mano, más anchas sobre todo en su primer tercio y con cruz más corta. Fueron, como muchas veces a lo largo de la historia, las armas defensivas (ej. armaduras) las que influyeron en el desarrollo de armas más capaces de superar tales defensas. Por ello, la espada clásica de caballero altomedieval comienza a estilizarse y alargarse, incluso haciéndose más puntiaguda para así conseguir mayor capacidad de daño y/o versatibilidad. Uno de estos desarrollos -el que nos ocupa- es el de la espada larga.
Aunque, como en muchas ocasiones, un arma o restos arqueológicos de ellas aparezcan muchos años o lustros antes de las fechas que dan los historiadores como dados para esas armas, es su uso extendido y su generalización el que nos da las fechas durante las que perduró. Por ello estos tipos de espadas, más largas que sus antecesoras, se dice que comenzaron a emplearse allá por el siglo XIII o XIV, y dejaron de estar en "gracia" -comenzó su desuso- en el siglo XVII.



Morfología

La espada larga solía medir entre los 90 cm y 120 cm de hoja (ver datos de medidas de la Colección Wallace), lo cual, al añadir las largas empuñaduras, hacía que este tipo de espadas pasaran normalmente de 110 cm y llegaran hasta los 130 y 140 de algunos ejemplares muy grandes, y su peso solía exceder el kilo y medio. Su hoja de doble filo fue evolucionando a lo largo de los años de su exclusivo uso cortante al de casi exclusivo uso punzante cuando comenzaron a aparecer las armaduras blancas -las completas de placas de acero-. Por ello pasó de tener una hoja recta y estilizada a otra con hoja romboidal y muy afilada en la punta, a la que catalogan de forma diferente, llamándolas estoque. Su guarda, gavilanes y demás partes de la empuñadura también evolucionan para poco a poco permitir un mejor uso como arma casi exclusiva de punzada.



Espada bastarda

La espada bastarda, o espada de mano y media, es un nombre genérico que se utiliza para denominar muchas variedades de espadas europeas de hoja larga y recta, que pueden ser blandidas a media mano (emplear la siniestra para asir la hoja en su primer tercio, o como apoyo de la diestra en la empuñadura) o a dos manos. Una espada bastarda no era un tipo específico de espada, sino un arma desarrollada a partir de las espadas a una mano que aparecieron en prácticamente toda la Europa occidental a finales del siglo XIII y que siguió en uso hasta bien entrado el siglo XVI. Es esencialmente una espada normal cuya empuñadura modificada para asirse con dos manos acabó popularizándose hasta el punto de que 9 de cada 10 espadas fabricadas en la época tenían la empuñadura así. Pero el hecho de que las espadas de esa época comenzaron a ganar longitud influyó en el razonamiento de que eran espadas a medio camino entre las alto medievales de empuñadura corta y los grandes espadones. Además, su hoja tendería poco a poco a fabricarse más fina y estilizada, usando la misma masa casi que su predecesora, pues no es más que una espada medieval mejor preparada para la esgrima y los mandoblazos.
Espada bastarda es un término del castellano moderno empleado en lugar de montante o espada larga. En francés, por el contrario, hacía referencia a las espadas que tenían la empuñadura de mano y media, pero no está claro si por estar entre la empuñadura de a una o a dos manos, o porque quienes la utilizaron lo hicieron cuando (y por el uso de las armaduras de punta en blanco), los plebeyos y mercenarios, e incluso los nobles, desdeñaron los blasones y heráldica por no portar ya escudos que no protegían más que sus armaduras. Por ello la aristocracia francesa empleó el término bastardo o bastarda para referencias a las armas y gentes del final de su gloriosa caballería feudal.
En inglés también se toma el término del francés, pero la forma preferida en este idioma es "Hand and a half sword" (espada de mano y media). Según el historiador Oakshott, las empuñaduras eran la característica principal de estas armas, no su tamaño total, lo que implica que fue más una moda debido al estilo de esgrima -se prefería no utilizar escudo- de esa época.



Aclaraciones del uso de las armas de mano y media

Algunas espadas bastardas y todas las espadas largas (del alemán "langschwert") eran armas de mano y media a dos manos, y no de una sola mano. Por tanto, las espada bastardas consideradas grandes corresponderían a las longsword de fin del Medioevo y principios del Renacimiento, y eran por tanto usadas a dos manos (el término mano y media es empleado para armas cuyo estilo y uso obligaban a emplear ambas manos de diversas maneras -pocas acciones se realizaban a una sola mano con estas espadas, y las suelen llamar "soltar" la espada-, lo que ratifica que no se usara a una o dos indistintamente).

Características

Una espada bastarda, en cuanto a su peso, está bien balanceada, siendo lo suficientemente pesada como para desmontar a un jinete, pero permitiendo el manejo y la velocidad que se requieren en un campo de batalla. Al mismo tiempo, su longitud y peso la vuelven tan efectiva como un mandoble a la hora de romper formaciones de piqueros (que era el propósito original de los espadones).
Recibe su nombre por ser una hibridación de las dos espadas anteriormente mencionadas.
La versatilidad de esta espada, que podía ser empleada como una maza, como una lanza y como un hacha, logró que fuera ampliamente utilizada casi hasta el renacimiento cuando fue desplazada por el rapier o espada ropera.
La técnica empleada constaba de posiciones básicas como el gato, la dama, el rey y caballero, entre otras, además de ataques con el pomo y la guarda.



Fuente: http: // es.wikipedia.org/wiki/Espada larga
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Espada_bastarda

jueves, 17 de diciembre de 2009

El oro de Darío en Ragnarok No. 6

De nuevo un relato de este servidor participa en las página del ezine de La Asociación Española de Espada y Brujeria. Se trata de una nueva aventura del legionario Flavius Crasus, titulada El oro de Darío.
Para aquellos que deseen echarle un vistazo, pueden acceder a través del vínculo en la sección Relatos en la Red.
De nuevo agradezco a Andrés Díaz Sánchez, por tenerme en cuenta para este nuevo número de Ragnarok.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Las guerras dacias


La columna de Trajano, construida para celebrar la victoria sobre los dacios.

Durante el siglo I, la política romana respecto a los países vecinos y a las amenazas potenciales era que estas debían ser contenidas pronto. En época de Augusto, cuando los territorios al sur del Danubio fueron ocupados y convertidos en la provincia Moesia, se firmaron varios tratados de alianza con el reino de los Dacios, tratados que fueron mantenidos por los siguientes emperadores y reyes de los dacios. A finales del siglo I ddc, el ascensó al trono de un nuevo y dinámico rey de los dacios, llamadoDecébalo, supuso un cambio en la situación, ya que este rey elaboró una política exterior agresiva, por lo que necesariamente debía chocar con Roma. Tras alguna derrota frente a Decébalo, en la que llegó a morir el Prefecto del Pretorio y a ser destruida la Legio XXI Rapax, Domiciano pactó una paz de compromiso que no consiguió que Decébalo dejara de ser enemigo romano, paz que incluía el pago de un subsidio a los dacios a cambio de paz, lo que fue interpretado en Roma como el pago de un tributo a un reino bárbaro y fue una de las causas del asesinato de Domiciano. A pesar de los compromisos a los que había llegado con los romanos, desde sus dominios se continuó acosando a las caravanas y flotas de comerciantes, llegando incluso a realizar actos de pillaje y saqueo de poblaciones fronterizas. Por todo esto, Dacia se veía desde el Imperio Romano como un enemigo potencial.
Además, en esa época, el Imperio romano estaba sufriendo grandes dificultades económicas, principalmente de las costosas campañas militares emprendidas por toda Europa. Los recursos naturales de Dacia, en particular su oro, incitaron probablemente en parte el conflicto.


Guerrero Dacio

La primera guerra

Tras conseguir el consentimiento del Senado Romano, en el año 101, Trajano estaba listo para avanzar sobre Dacia, campaña que le llevaría a integrar una nueva provincia dentro de las fronteras del Imperio. Desde que cartagineses y galos acosaran Roma la estrategia más exitosa siempre había sido la misma: reducir el potencial militar del enemigo a cero aplastándolo con todo el peso de las legiones y romanizar posteriormente el territorio conquistado imponiendo la organización administrativa y obras públicas romanas.
Para la campaña del 101-102 d.C Trajano dispone de 86.000 hombres repartidos entre 7 legiones y 41 cohortes mixtas ( caballeria más infantería) de auxiliares y algunos vexillationes de otras legiones. El ejército reunido es enorme, el mayor desde tiempos de Augusto y que no sería superado hasta la gran operación de Marco Aurelio en el Danubio contra los germanos.
El ejército marcha sobre Tapae donde, en la decisiva Batalla de Tapae, se atrinchera el líder dacio con unos 40.000 hombres entre caballería sármata e infantería dacia. Dada la inferioridad numérica de sus fuerzas, decide jugársela preparando una encerrona a Trajano, pero este, previendo la situación, divide su ejército en dos grupos. El primero dirigido por el propio emperador lo forman las legiones I Adiutrix y II Adiutrix Pia Fidelis IV Flavia , y VII Claudia más las dos cohortes de la guardia pretoriana, 20 de infantería auxiliar y 30 mixtas con unas 10 alas de caballería. Esta fuerza se dirigirá frontalmente hacia los 30.000 hombres de infantería que presenta Decébalo en el estrecho paso por el que obliga a pasar a Trajano. Varias de las cohortes auxiliares y vexillationes se ocupan de cubrir los flancos mientras el segundo contingente dejado al mando de Tercio Juliano se interna en el bosque con las legiones I Italica, V Macedonica, y XIII Gemina para expulsar a la caballería sármata escondida en él y neutralizar así su emboscada.
En 102 Decébalo, tras algunas escaramuzas menores, se rindió. La guerra había durado tan sólo unos meses con victoria romana. Dacia queda convertida en un estado tributario y aliado de Roma por lo que varias legiones son apostadas en su territorio para asegurar el dominio romano.



La segunda guerra

Tras su subyugación, Decébalo cumplió con Roma por un tiempo, pero al poco comenzó a incitar a rebelarse a las tribus dacias, dando como resultado numerosos pillajes de colonias romanas situadas a lo largo del Danubio. En el año 106, Trajano volvió a reunir sus ejércitos para una segunda guerra en Dacia.
A diferencia de la primera guerra, la segunda se desarrolló en innumerables escaramuzas que resultaron caras para el ejército romano, el cual, enfrentándose a un gran número de tribus aliadas, luchó fuertemente por una victoria decisiva. Finalmente, Roma prevaleció sobre Dacia. Al comienzo del verano de 106, se produjo un asalto a la capital Sarmizegetusa con la participación de las legiones II Adiutrix y Flavia Felix junto con un vexillation de la legión VI Ferrata .. Los dacios repelieron el primer ataque, pero al final la ciudad fue tomada y quemada. Decébalo huyó, pero pronto se suicidó, para evitar así el ser capturado. A pesar de la muerte del líder de los dacios la guerra continuó. Por la traición de Bicilis (un confidente del rey dacio), los romanos encontraron el tesoro de Decébalo en el río Sargetia (tesoro que ascendía, según la evaluación de Jerome Carcopino, a 165.500 kilos de oro y 331.000 kilos de plata). La batalla final de la guerra tuvo lugar en Porolissum.


Guerreros dacios.

Consecuencias

Las Guerras Dacias fueron un gran éxito para el Imperio Romano. Trajano ordenó un total de 123 días de celebraciones por todo el Imperio. Las ricas minas dacias fueron aseguradas, lo que produjo un alivio en la situación económica imperial. Una gran parte de la población dacia fue esclavizada o muerta, en gran parte para evitar futuras revueltas, por lo que Trajano decidió que la nueva provincia debía ser repoblada, para lo cual procedió a fundar colonias y municipios y a repartir tierras a todos los libres del Imperio que deseasen instalarse allí, con lo que un buen número de itálicos, ciudadanos romanos, se instalaron en Dacia, romanizándola intensamente. Dacia pasó a ser, oficialmente, parte del Imperio y para asegurar su defensa, ya que estaba bastante abierta a los movimientos de pueblos de la gran llanura europea, particularmente germanos y sármatas, se instalaron dos unidades legionarias, la Legión XIII Gemina en Potaissa y la legión I Italica en Novae.

Fuente:http://es.wikipedia.org/wiki/Guerras_Dacias

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Reflejos en el cristal

Bueno, chicos. Aquí les dejo un relatillo de terror con el que participé en el VIII concurso de Tierra de Leyendas, organizado por la página Sedice.com.
Me siento satisfecho con el resultado, ya que la historia quedó entre los relatos opcionados para ser publicados.

REFLEJOS EN EL CRISTAL

Las manos no dejaban de temblarle y el corazón latía desbocado en su pecho. Mike Pinzón respiró hondo y apretó con fuerza el volante del coche. Sonrió al pensar lo estúpido que había sido al asustarse de aquel modo. Tal vez la tensión y el cansancio conspiraron en su mente para crear aquella visión en el retrovisor.
Miró el monótono paisaje que se abría a ambos lados de la interestatal 15, y percibió el olor del ozono que flotaba en el ambiente. A través del espejo podía ver los nubarrones negros y grises que comenzaban a ocultar el ardiente sol del mediodía. Ya advertía el calor pegajoso que aquello traería consigo. Se recreó por unos instantes en la desolación abrumadora que parecía encogerle el alma. No se escuchaba ningún sonido, ni siquiera el silbido del viento rasgando las interminables planicies de aquel erial. Encendió un cigarrillo e imaginó que le quedaban poco menos de dos horas para estar de nuevo en Las Vegas. Al pensar en los diez mil dólares que le esperaban en la ciudad, una mueca parecida a un sonrisa le dio vida a su semblante. El trabajo estaba hecho, no quedaba más que cobrar.
La tormenta le alcanzó unas millas antes de alcanzar el poblado de Mezquite. Los rayos sesgaban el cielo y los truenos respondían con fabulosos bramidos que consiguieron inquietarle. No esperaba un temporal tan violento en aquella época del año. Entonces, de la nada, apareció la silueta de una gasolinera a un lado de la vía. Mike desvió el vehículo y se detuvo enfrente de un caserón de dos pisos, contiguo a la estación. No le gustaba la idea de detenerse, pero no quería conducir en estas condiciones.
De pronto su aliento se congeló al advertir el rostro surcado de arrugas que se reflejaba de nuevo en el retrovisor. Una mano gélida le revolvió las entrañas al volverse hacia la parte posterior.
Nada. Tan sólo el asiento vacío y el reflejo de un rayo reventando en la distancia.
Un sudor frío perlaba la amplia frente del Mike. Aquel maldito espejismo no le hacía ninguna gracia. Alzó la vista y distinguió el anunció que titilaba sobre la puerta del lugar. “Medicine man”, rezaba en letras desconchadas sobre una figura que necesitaba una buena mano de pintura. Encendió otro cigarrillo y pensó que un trago le haría bien.
El local no era más que una cabaña cochambrosa con un mostrador y unas cuantas mesas mal iluminadas. Mike sonrió al imaginar que algún estúpido pretendía recrear el ambiente del viejo oeste en aquel antro de mala muerte. Tres hombres que charlaban en el rincón apenas le notaron tras cruzar a su lado. Un hedor extraño flotaba en el aire y Mike decidió que era mucho mejor buscar un sitio en la barra, cerca de la ventana. Una mujer de mal aspecto vegetaba en el extremo, jugueteando con un vaso vacío. Tenía la mirada perdida en la hilera de botellas que se amontonaban en las estanterías al otro lado del mostrador. Mike contempló la extraña colección y el inmenso espejo que se alzaba en el centro.
Bebió un escocés bien cargado, tratando de apaciguar el desasosiego que le invadía. No podía imaginar qué demonios le estaba sucediendo… ¿estaría perdiendo la cordura? Era imposible que algo así pudiera pasarle. Se estremeció al recordar aquellos ojos negros, enclavados como pequeñas canicas en el rostro ajado que se reflejaba en el retrovisor. Inquieto, apuró el trago, mientras el estruendo de la tormenta rompía con el tenso mutismo que reinaba en aquel lugar.
Entonces, un horror atávico le pegó a la silla cortándole la respiración. Apretó los ojos y apartó la vista del espejo como si se tratase de una luz deslumbrante que le hiriera las pupilas. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del vaso hasta que los nudillos se blanquearon.

No era posible…. No.

Con esfuerzo, alzó de nuevo la cabeza y contempló la imagen que le devolvía el cristal. Allí, sentado a un lado de la puerta, se hallaba un indio de piel curtida surcada de arrugas. Sus ojos, negros como la noche, traspasaban la humanidad de Mike Pinzón como agujas de hielo.
Aterrado, por poco cae de la butaca, atrayendo las miradas de los pocos parroquianos que se hallaban alrededor. Su desconcierto aumentó aún más al descubrir que la mesa en que se suponía estaba el carcamal se encontraba vacía.
Necesitaba calmarse si pretendía apaciguar el caos que comenzaba a latir en su interior. Intentó buscar los cigarrillos, pero sus manos se negaban a responderle. Ahora todas las miradas estaban fijas sobre él, como si se tratase de alguna especie de lunático. Comenzaba a sentirse asfixiado con aquella situación. Corrió hacia el baño y permaneció allí por unos minutos, tratando de organizar sus ideas. De repente su mundo perdía toda coherencia, arrastrándole en una espiral de caótica locura.
No era posible, se dijo a sí mismo, contemplado la imagen que le devolvía el espejo del baño y temiendo que ocurriera nuevamente. Pero no. Tan sólo su semblante sudoroso y los ojos inquietos le observaban desde el otro lado. Se mojó el rostro y se arregló el cabello lo mejor que pudo, abochornado ante el patético espectáculo que acababa de representar.
Cerró los ojos y aspiró el hedor a orín y suciedad estancada que impregnaba el lugar. Una sensación estremecedora le recorrió la espina dorsal al sentir una sensación gélida sobre su hombro. Abrió los ojos y se encontró con el rostro del anciano reflejado en el cristal. Esta vez una sonrisa desdentada acompañaba aquella expresión, dándole un aspecto aún más aterrador.
Mike golpeó la lámina con furia, las astillas se clavaron en su carne pero el caos que reinaba en su interior hizo caso omiso del dolor. Lo único que deseaba era salir de allí cuanto antes, abandonar el lugar y enfilar de nuevo hacia donde todo comenzó.
El encargado intentó detenerle en la puerta, pero Mike, en medio de su locura, le arrojó contra un mesa repleta de botellas. Lo único que escuchó antes de encender el coche fue el grito ahogado de la mujer que se hallaba en el interior del bar.
Sin pensarlo siquiera, le dio la vuelta al vehículo y enfiló en dirección contraria, rumbo a Littlefield, Arizona. La lluvia arreciaba, pero esto no evitó que Mike pisara el acelerador a fondo. Debía saberlo, debía conocer la verdad antes de perder el último jirón de cordura que aún conservaba.
Los rayos hendieron los cielos mientras conducía a toda velocidad por aquel descampado. La mano herida comenzaba a palpitar y el trozo de tela sucia que evitaba la hemorragia no era más que una mancha rojiza y turbia. Pero nada de eso parecía importarle, continuaba conduciendo a pesar de la baja visibilidad y las gotas furiosas que golpeaban sobre el parabrisas.
La noche había caído ya cuando el Taurus negro se desvió por un sendero convertido en un lodazal. Mike maldijo al notar que las llantas se hundían en aquella inmundicia impidiendo su avance. Se bajó y se arrastró por aquel fango en dirección a la cima rocosa. Trastabilló varías veces, lastimándose la mano herida, pero esto no impidió que alcanzara al fin su destino.
Una mueca demencial ensombreció su cara enjuagada por la lluvia y el sudor. Los ojos ardieron como ascuas al caer sobre el montículo que se hallaba a sus pies. Hundió los dedos en aquel fangal, cavando con denuedo, mientras la tormenta arreciaba sobre su cabeza. Una carcajada espeluznante hizo eco en medio de la penumbra cuando sus manos rozaron el rostro del anciano enterrado en aquel túmulo.
—¡Estás muerto, hijo de perra! —gritó exultante, con el semblante convertido en una mueca aterradora—. Yo mismo te enterré bastardo…
Un destello grisáceo apareció en la mano de Mike.
—¡Estás muerto, muerto… me oyes! —rugió, vaciando el cargador de la SIG-Sauer nueve milímetros sobre aquel despojo—.¡Muere de una puta vez, indio maldito!
Extenuado, Mike cayó de rodillas. Temblaba sin cesar y el frío le calaba los huesos. Por fin podía descansar, el bastardo estaba realmente muerto… no le atormentaría más con su presencia.
Como pudo, regreso hasta el vehículo, convertido en un desastre. Se dejó caer en el interior. Soltó una carcajada demencial al pensar en lo sucedido. Nadie le creería aquella maldita locura.
Recordó los cigarrillos que guardaba en la guantera. Necesitaba fumar con desesperación.
Respiró el aire cargado de ozono y se acomodó en el sitio del conductor. Aún debería pensar como demonios sacaría el coche del barrizal.
Entonces se quedó sin aliento al advertir el rostro ajado y los ojos hundidos que le observaban desde el otro lado del retrovisor, en medio de una sonrisa espeluznante.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Armas Antiguas- Katana



La katana es un sable japonés (daitō), aunque en Japón esta palabra es usada genéricamente para englobar a todos los sables. "Katana" es el kunyomi (lectura japonesa) del kanji 刀; el onyomi (lectura china) es "tō" (pronunciado /to:/).
Se refiere a un tipo particular de sable de filo único, curvado, tradicionalmente utilizado por los samuraís. Su tamaño más frecuente ronda el metro de longitud y el kilo de peso.
El tipo de Katana más difundido en la actualidad es el conocido como " Oda Nobunaga", en alusión al shogún creador de dicho modelo, de hoja curva y alrededor de un metro de longitud total.



Origen

El origen de la katana japonesa se remonta a los siglos X-XII, cuando los chinos de la dinastía Song introdujeron en el país una espada curva llamada "El destripador de caballos" (斩马刀), nombre dado por ser un arma utilizada en combate contra la caballería pesada para destripar el vientre o atacar los cuartos delanteros del caballo. Esta espada, más adelante conocida como sable, simplemente evolucionó hasta la posterior katana Japonesa.



Características

Debido al carácter curvo de su hoja y a su único filo, la katana debe ser considerada realmente un sable. Como tal, está fundamentalmente orientada al corte más que a la estocada. Su curvatura surge de la necesidad de obtener un corte eficaz cuando se maneja desde la montura del caballo; la hoja recta tiende a "empotrarse" en el momento del corte, mientras que la curva obtiene siempre un corte tangencial a la trayectoria del arma y con ello evita que la katana se quede bloqueada.
La katana era utilizada principalmente para cortar y debido a su capacidad de producir heridas muy severas, era considerada una especie de " guillotina de mano". Se la desenvaina con un movimiento axial de rotación, llevando el filo hacia arriba y se la puede blandir con una o dos manos (siendo esta última modalidad la tradicional).
Aunque el arte del manejo del sable japonés, según su propósito original, ha quedado en la actualidad casi obsoleto, el kenjutsu (conjunto de técnicas de sable) dio origen al gendai budo, un arte marcial moderno. Mientras, la esencia de su manejo persiste en el iado (antiguamente iai jutsu), que es el arte de "desenvainar cortando" y en el kendo (vía del sable) que es el arte de esgrimir una espada de bambú conocida como shinai y utilizando como protección una máscara (men) y una armadura (bogu). Las escuelas originales del kenjutsu koryu aún existen y siguen siendo practicadas, como Niten Ichi Ryu.



Elaboración y tratamiento

Las espadas japonesas y otras armas cortantes eran fabricadas mediante un elaborado método de calentamiento reiterado, plegando y uniendo el metal. Esta práctica se originó debida al uso de metales altamente impuros.
La curvatura distintiva de la katana se debe, en parte, al trato diferencial durante el calentamiento al que es sometida. Al contrario de gran parte de las espadas producidas en otros lugares, los herreros japoneses no endurecen el sable completo, solamente el lado que posee filo. El proceso de endurecimiento hace que la punta del sable se contraiga menos que el acero sin tratar cuando se enfría, algo que ayuda al herrero para establecer la curvatura del sable. La combinación de un lado duro y un lado blando de la katana y de otros sables japoneses es la causa de su resistencia a pesar de retener un buen filo cortante.
Para ayudar al manejo de la katana, existe un tipo de arma llamada bokken, en forma de katana, pero de madera, cuya aplicación sirve para perfeccionar el movimiento de la katana sin ningún tipo de peligro y así combatir en entrenamientos.



Shirasaya y Shikomizue

La Shirasaya (白鞘? literalmente vaina blanca)) es en apariencia similar a la katana, aunque carece de Tsuba (guardamano), y su Tsuka (mango), sin un Same (forro) y Tsuka-Ito (encordado) parecen formar una sola pieza de madera junto a la Saya (vaina) al estar la hoja envainada, dandole un aspecto similar a un Bokken. Dadas sus limitaciones, este montaje no se considera un arma efectiva, si no más bien una forma de almacenar una hoja de espada. A pesar de ello, si se produjo un tipo de arma ideada para el combate con estas características, la Shikomizue (仕込み杖? literalmente bastón preparado), donde estas características cumplían la función de disfrazar el arma como un bastón.

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Katana

viernes, 30 de octubre de 2009

Conan el Cimmerio- Robert E. Howard

Voy a comentar una de las propuestas más interesantes y completas que se pueden encontrar de Conan el Cimmerio, el legendario personaje creado por el escritor tejano Robert E. Howard, en la primera mitad del siglo XX.
Se trata de un compendio fabuloso, que hará las delicias de los seguidores del género de espada y brujería.
Los editores de Timun Mas se concentraron en plasmar las historias del bárbaro de acuerdo al orden cronológico en que fueron escritas por el autor.
Aparte de los relatos, cada entrega trae también algunos borradores, sinopsis y capítulos de cuentos desconocidos de Howard.



Conan de Cimmeria Volumen I

En esta edición de lujo, podemos encontrar los primeros relatos de este aventuro, ladrón y mercenario que recorrió la fabulosa tierra hyboria, un mundo plagado de peligros y brujería.
Este número, profusamente ilustrado por Mark Schultz, contiene los siguientes relatos:

Cimmeria
El fénix de la espada
La hija del gigante helado
El dios del cuenco
La torre del elefante
La ciudadela escarlata
La reina de la Costa Negra
El coloso negro
Sombras de hierro a la luz de la luna
Xuthal del crepúsculo
El estanque del negro
Villanos en la casa
El valle de las mujeres perdidas
El diablo de hierro

Debo aclarar que este volumen de lujo incluye las historias de los tomos 1 y 2 de la edición de tapa blanda.

Titulo: Conan de Cimmeria
Autor: Robert E. Howard
Editorial: Grupo Editorial Ceac, S.A., 2004
ISBN: 84-480-3390-6
Páginas: 560



Conan el Cimmerio 3

En este volumen de tapa blanda, encontramos las siguientes historias, esta vez ilustradas por Gary Gianni.

El pueblo del círculo negro
Nacerá una bruja

Titulo: Conan el Cimmerio 3
Autor: Robert E. Howard
Editorial: Scyla Editores, S.A., 2006
ISBN: 84-480-3539-9
Páginas: 220



Conan el Cimmerio 4

En esta entrega, encontramos la única novela escrita acerca de este personaje, una obra creada por Howard con la intención de ganar adeptos en el viejo continente, especialmente en Gran Bretaña. Gary Gianni se encarga de ilustrar esta emocionante historia.

La hora del dragón

Titulo: Conan el Cimmerio 4
Autor: Robert E. Howard
Editorial: Scyla Editores, S.A., 2006
ISBN: 84-480-3540-2
Páginas: 260



Conan el Cimmerio 5

Otra gran entrega con tres historias repletas de emoción y misterio, ilustradas esta vez por Gregory Manchess.

Los sirvientes de Bit-Yakin
El negro desconocido
Los antropófagos de Zamboula

Además de estas historias, se incluyen algunas sinopsis y dos borradores de un relato inconcluso titulado, Lobos de allende la frontera.

Titulo: Conan el Cimmerio 5
Autor: Robert E. Howard
Editorial: Scyla Editores, S.A., 2007
ISBN: 978-84-480-3586-0
Páginas: 253



Conan el Cimmerio 6

En esta entrega encontramos dos de los mejores relatos-según mi opinión- del héroe cimmerio. Gregory Manchess es el encargado de las ilustraciones.

Más allá del río Negro
Clavos rojos

Titulo: Conan el Cimmerio 6
Autor: Robert E. Howard
Editorial: Scyla Editores, S.A., 2007
ISBN: 978-84-480-3587-7
Páginas: 240

lunes, 12 de octubre de 2009

Armas Antiguas- Cimitarras



La voz cimitarra parece venir de la derivación italiana "scimitarra" del shamir persa, y sirve en occidente para referirse a cualquier sable curvo musulmán u oriental. Por ello, dentro del término cimitarra, -que en sí mismo no es un arma concreta-, entrarían las siguientes armas:

Shamir: si es de origen persa.
Kilic: si es de origen otomano.
Saif: si es de origen árabe.
Talwar: si es de origen indio.
Nimcha: si es de origen magrebí.

La cimitarra es un arma refinada, fina y ligera. Es decididamente cortante, con un solo filo y una empuñadura protectora. Su origen lo solemos hallar en Persia, si bien fue utilizada también en la India durante los siglos XIII y XIV. Sin duda, su larga y curvada hoja estaba diseñada para barrer con estocadas a los enemigos, así como para acuchillar profundamente. La particularidad de que sea curva sirve para que al atacar a caballo la hoja no se incruste en el oponente. Al ser curva lo que se logra es que la hoja corte pero siga su trayectoria.
Los árabes prefirieron la cimitarra a la espada recta, y el solo hecho de evocar su nombre nos transporta de inmediato al recuerdo de esas luchas entre templarios y sarracenos, pero también solemos asociarla a fascinantes personajes como Sandokán o Simbad el marino, los cuales, con su asombroso manejo de esta arma, conseguían el respeto de sus adversarios.
Pero otro gran personaje que está indisolublemente unido a esta arma fue Saladino, sultán de Egipto, Siria, Arabia y Mesopotamia, durante la Tercera Cruzada, que tuvo lugar entre 1187 y 1192. Y grandes son las proezas que se narran de él:

“Fueron estos sabios quienes narraron al rey Abdalmalek ben-Merwan que, cuando Ricardo Corazón de León se encontró en las cruzadas con el inmenso Saladino, el rey cristiano creyó necesario ensalzar las virtudes de su espada.
Para demostrar la fuerza de su pesadísimo mandoble, cortó una barra de hierro.
En respuesta, Saladino tomó un cojín de seda y lo partió en dos con su cimitarra sin la sombra de un esfuerzo, al grado de que el cojín pareció abrirse por sí mismo.
Los cruzados no podían creer a sus ojos y sospecharon que se trataba de un truco. Saladino entonces lanzó un velo al aire y con su arma lo desgarró.
Era ésta una lámina curva y delgada que brillaba, no como las espadas de los francos, sino con un color azulado marcado por una miríada de líneas curvas distribuidas al azar.
Los europeos comprobaron entonces que éstas eran, precisamente, las características, ¡oh gran señor!, de todas las láminas usadas en el Islam en tiempos de Saladino."


Las hojas, insistían los sabios alrededor del rey Abdalmalek ben-Merwan, eran excepcionalmente fuertes si se las doblaba; también eran lo suficientemente duras como para conservar el filo; es decir, que podían absorber los golpes en el combate sin romperse. Sus virtudes mecánicas, así como sus preciosas marcas onduladas en la superficie, se debían al material con que estaban hechas: el acero de Damasco..
Así, en tiempos de los cruzados, las espadas de Damasco se convirtieron en legendarias. Durante siglos fueron fascinación y frustración de los herreros de parte de Europa occidental, que trataron en vano de reproducirlas. Nunca creyeron que tanto su fuerza como su belleza provenían del alto contenido en carbono, que en las espadas de Damasco estaba entre 1,5 y 2,0 por ciento. Así, al añadirle carbono al hierro reducido, el resultado era el de un material más duro.
El acero, porque eso es el hierro con carbono, se preparaba en la India, donde se le llamaba pasta. Se vendía en forma de lingotes o de redondeles del tamaño de una medalla grande. Se cree que las mejores hojas se forjaron en Persia a partir de esas pastas, para hacer también escudos o armaduras. Aunque el acero de Damasco se conocía en todo el Islam, también se conocía en la Rusia medieval, donde se le llamaba bulat y en España (que fueron traídos por los moros), donde se hicieron famosas las espadas forjadas en las acerías de Toledo.



Fuente:http://es.wikipedia.org/wiki/Cimitarra

lunes, 14 de septiembre de 2009

Emisarios del caos en Ragnarok 5

De nuevo he sido escogido para participar en el fanzine de la Asociación Española de Espada y Brujeria, con el relato épico "Emisarios del caos", una de las aventuras de uno de mis personajes favoritos, Argoth el errante.
Para aquellos que quieran echarle una ojeada lo podrán hacer en la siguiente dirección:
www.aurorabitzine.com.
Pueden acceder también a través del vínculo que encontrarán en el apartado Publicaciones en la red, en la columna derecha de esta misma bitácora.
De nuevo quiero agradecer a los miembros de la asociación y muy especialmente a Andrés Díaz Sánchez, su director.

Guerreros de la antiguedad- Los Asirios



Historia

Durante el tercer milenio a. d.C, la región de Asia Anterior estuvo bajo la influencia de la civilización Sumeria establecida en la llanura sur de Mesopotamia. En las investigaciones hechas a raíz de las excavaciones arqueológicas de la ciudad siria de Assur se ha podido comprobar que las estatuas halladas tenían mucho en común con las encontradas en otros templos sumerios. Esto demuestra la gran relación cultural que sin duda existía entre ambos pueblos desde tiempos remotos.
Hacia el año 2000 a.C. invadió Mesopotamia (cerca de la actual palestina) el pueblo de los elamitas, pero más tarde entró otro pueblo nómada, los amorritas o amorreos, procedentes de Siria que conquistaron por el sur a los sumerios y por el norte a los sirios.
Se sabe que un siglo más tarde grupos de asirios mercaderes formaron colonias en Anatolia (actual centro de Turquía), y que allí establecieron un próspero comercio de metales preciosos y de textiles.
Entre los años 1813 y 1780 a.C., Asiria alcanzó la categoría de imperio. Fue el primer Imperio Asirio, de la mano del rey Shamshi- Adad I hasta que en el año 1760 a.C., Hamurabi de Babilonia derrotó y conquistó a los asirios que pasaron a formar parte del Imperio de Babilonia.
El siglo XVI a.C. fue un periodo de invasiones y gran confusión por toda Mesopotamia. Asiria se vio bajo el control de unos y otros invasores (los mitanni y los hititas sobre todo), hasta el siglo XIV en que el rey asirio Azur-uballit I se liberó de sus opresores e incluso llegó a agrandar los límites de sus tierras. Los sucesores de este rey ampliaron más las fronteras y supieron enfrentarse a los pueblos de alrededor: urarteos, hititas, babilonios y lullubis.
Hacia el año 1200 a.C., una oleada de pueblos procedentes de la península Balcánica, conocidos como los Pueblos del Mar fueron los causantes del final del imperio Hitita y del imperio Egipcio. Uno de estos pueblos, llamado mushki, se asentó al este de Anatolia y fue una constante amenaza para Asiria. Otro pueblo (nómada y semita), el arameo, hostigaba continuamente a los asirios por el oeste. Asiria se hizo fuerte y resistió el empuje de estos pueblos, y endureció su ejército que a partir de entonces fue famoso por su crueldad y temido por sus enemigos, de tal manera que al verse amenazados y ante su proximidad no les quedaba más remedio que huir; la gente que quedaba en las aldeas o las ciudades atacadas era masacrada o llevada a Asiria como esclavos. Las ciudades eran saqueadas y después arrasadas, pero no se anexionaban al Estado asirio.
Este sistema de lucha y conquista fue variando con el tiempo. A finales del siglo X a.C. los reyes asirios ya anexionaron varios territorios de los arameos que estaban situados al este del río Jabur (en el valle central del Éufrates) y de los de la región de los ríos Gran Zab y Pequeño Zab.
En el siglo IX a.C. reinó Asurnasirpal II, desde el 884 al 859 a.C. Construyó la ciudad de Calach y la hizo su capital, en sustitución de la antigua Assur. La arqueología de esta ciudad ha dado un verdadero tesoro en inscripciones halladas en los monumentos, sobre la historia de este rey. Se sabe de él entre otras cosas que sus campañas bélicas fueron numerosas, devastadoras y brutales.
En el siglo VIII a.C. surge un floreciente imperio militar que duró dos siglos. En este periodo histórico fueron tributarios de Asiria los fenicios, los israelitas y muchos pueblos de la Media y de Persia. Los asirios llegaron en su expansión hasta Egipto por el oeste y Persia por el este. Es una época de esplendor en que los reyes vivían con gran lujo, ejerciendo un gobierno despótico.
Durante esos años gobernó la dinastía de los Sargónidas, cuyo primer rey fue Sargón II que trasladó su séquito a una nueva ciudad llamada Dur Sharrukin (Fuerte de Sargón). Las ciudades se embellecieron con magníficos monumentos a costa de los cuantiosos tributos cobrados a los pueblos sometidos.
El rey Asarhaddón reinó en los primeros años del siglo VII a.C. Llegó hasta Egipto y tomó la capital, Menfis. Su hijo Asurbanipal llegó más lejos, hasta Tebas e hizo campañas militares en Susa (Irán). A la muerte de este rey hubo una revolución interna. Después de estos acontecimientos hay pocas noticias históricas.
El fin del Imperio Asirio se debe a la gran derrota sufrida por sus últimos reyes Sin-shar-ishkun y Ashur-uballit II contra los medos y los babilonios. Asiria se fue debilitando con tantas guerras y con la amenaza constante de un nuevo pueblo que llegaba por el norte: los escitas. Babilonia recuperó su independencia y Ciáxares (o Ciájares) de la Media sitió y destruyó Nínive, la ciudad asiria poderosa y odiada por sus enemigos. Allí fue donde murió Sin-shar-ishkun en el año 612 a.C. Asiria aún resistiría tres años más mediante el autoproclamado rey Ashur-uballit II, que gobernó un reducido territorio con capital en Harrán merced al apoyo egipcio. En 609 a.C. medos y babilonios tomaban Harrán, poniendo punto y final al Imperio Asirio.
Al mismo tiempo que ellos estaban dominando estos territorios, en la zona había otras civilizaciones, y eran: los elagones, los sidinandos y los nameos.



El pueblo asirio

Su lengua era una forma del acadio, una lengua semítica. Era de tipo flexiva, muy parecida a la babilonia, hablada en tierras caldeas. También la escritura asiria era muy parecida a la escritura cuneiforme de Babilonia. Escribían sobre tablillas de arcilla.. Los antiguos asirios también utilizaban el idioma sumerio en su literatura y la liturgia. Durante el período neo-asirio, el idioma arameo se convirtió cada vez más común en el imperio asirio, esto fue debido a las migraciones forzadas en masa: las grandes poblaciones de pueblos que hablaban el idioma arameo fueron trasladadas a todas partes del imperio.
En el siglo VII a.C., este pueblo era ganadero y agricultor. Construían como vivienda unas chozas de arcilla bien compactada. Sabían tejer y trabajaban la obsidiana y el sílex para fabricar herramientas y otros utensilios. También modelaban muy bien la arcilla, muchos de cuyos objetos han llegado hasta nuestros días.
Solían enterrar a sus muertos en flexión, con las rodillas cerca del pecho. No tenían un lugar determinado que utilizasen como cementerio sino que los enterraban en los espacios cercanos a las chozas.
El pueblo asirio obedecía a su rey que a la vez era gran sacerdote del dios Assur. Al principio de su historia estos reyes fueron tributarios de los caldeos (de Babilonia), pero después consiguieron hacerse independientes e incluso llegaron a someter a los reinos de alrededor. El rey era además comandante en jefe del gran ejército que llegaron a tener; en teoría era monarca absoluto, aunque los nobles y gobernantes de las tierras conquistadas asumían casi siempre las decisiones en su nombre. Esta situación fue decisiva en los últimos reinados pues se sucedieron las revueltas e intrigas palaciegas, debilitando de este modo la organización y la administración del Estado que poco a poco fue perdiendo todo poder.
Asiria se fue convirtiendo en el centro de un nuevo imperio. Los reyes de los pequeños reinos vecinos no tenían otra opción que declararse súbditos del rey asirio y de pagar a modo de regalo grandes cantidades de oro, plata y piedras preciosas.




El ejército

Organizaron un gran ejército compuesto por infantería y caballería. Fue el primer ejército que se conoce que utilizara armas de hierro.
La infantería estaba integrada por arqueros y piqueros que vestían protegiendo el cuerpo con una coraza hecha con trozos de cuero; la cabeza estaba defendida por un casco o yelmo de metal coronado por una cimera (se llama así a la cima del yelmo, generalmente adornada de plumas u otros ornamentos). El escudo era redondo. Empleaban como armas un arco curvado, flechas cortas, lanza y espada también corta.
La caballería contaba con unos caballos de poca alzada y cola ancha. No usaban estribo, ni silla, aunque a veces ponían una alfombra especial sobre el animal.
Los guerreros más ricos peleaban sobre un carro de guerra de 2 ruedas, tirado por 2 o 3 caballos que iban ricamente jaezados. El carro era muy ligero y estaba cerrado por delante.
Rodeaban el campamento militar con un muro construido con tierra. Dentro del muro alzaban las tiendas de tela sostenidas por un palo. Se saben todos estos detalles y más gracias a los bajorrelieves encontrados, en que se pueden ver escenas cotidianas: los soldados dentro de sus tiendas, un soldado preparándose la cama y otro que coloca objetos sobre una mesa.
Empleaban también algunas máquinas de guerra como el ariete, que consistía en una viga gruesa que terminaba en una figura de cabeza de monstruo. Se le daba un movimiento de vaivén para que la cabeza diese contra el pie de la muralla con el fin de abrir una brecha. Otra máquina era la torre cuadrada, hecha de madera y muy alta para poder dominar la cerca enemiga; los guerreros se trasladaban dentro de este artefacto, que se deslizaba sobre una plataforma con ruedas. Abrían galerías subterráneas que llegaban hasta los muros defensivos y trincheras que situaban frente a la fortaleza.
Las expediciones guerreras se llevaban a cabo cada año por primavera con el rey al frente. La expedición consistía en la invasión de un pequeño reino al mismo tiempo que se procedía a talar el campo. Se cortaban las cabezas a los muertos y se tomaban prisioneros que eran encadenados para llevarlos consigo como esclavos o nuevos súbditos, la crueldad que hicieron gala los asirios estuvo presente desde sus inicios, solo hay que ver su codigo de leyes, mucho más duro que el de Babilonia o el de los Hititas. Pero cuando tuvieron la oportunidad de poder ejercerlo sobre otros territorios mediante el ejército fueron más duros todavía. Entre estos prisioneros siempre había obreros y mujeres. Antes del regreso despojaban la ciudad atacada y le prendían fuego. Después regresaban con un buen botín de guerra que era distribuido entre los soldados.
Este gran ejército contribuyó a que entre los años 1318 a.C. y 1050 a.C., el Imperio Asirio se convirtiera en el primer gran imperio militar de Mesopotamia. Con su gran profesionalidad consiguieron llegar hasta el lago Van en Armenia y por el oeste hasta el mar Mediterráneo. El gran imperio finalizó con la muerte de Tiglatpileser I (1116 a. C.-1077 a. C.)



Religión

Los dioses eran muy numerosos en todo el territorio de Mesopotamia. Eran muy parecidos a los hombres en muchos aspectos, pero tenían una autoridad ilimitada. Era común a todos los pueblos de esta región el temor a los dioses. Mesopotamia estaba llena de grandes templos donde los sacerdotes ofrecían sacrificios. Había siempre una construcción mayor, un templo que sobrepasaba en altura a los demás, con forma de torre escalonada; es lo que se conoce como zigurat.
La religión en general en toda Mesopotamia no era como la de Egipto, optimista y con esperanza en el más allá. Por el contrario se vivía con un temor permanente y miedo a los espíritus malignos y la muerte era muy temida pues el espíritu del hombre se marchaba a una penumbra eterna donde de ningún modo era feliz.
En Asiria el dios principal era Assur que dio nombre a la región, a la tribu y a una ciudad. El símbolo de Assur era el árbol de la vida, pues él era el dios de la vida vegetal. Más tarde cuando Asiria es ya un imperio militar, Assur se convierte en un dios guerrero y es identificado con el Sol. Su símbolo fue entonces un disco con alas, el mismo que tenían los hititas y que a su vez habían recibido de Egipto. La diosa principal era Isthar, diosa del amor, de la guerra y la fecundidad. Se le daban las advocaciones de "Primera entre los dioses", "Señora de los pueblos", y "Reina del cielo y la tierra" entre otras.
En la ciudad asiria de Nínive se encontraron unas listas pertenecientes a la biblioteca de Asurbanipal en que se podían contar hasta 2.500 nombres de divinidades, entre las que había pequeñas deidades locales. Los dioses mayores que se adoraban en las ciudades eran:Anu dios del cielo, Enlil señor de los vientos y tempestades, Ea señor de las aguas. El dios-sol Shamash era señor de la luz que asegura la vida y permite juzgar las acciones humanas con claridad. Era por tanto el dios de la justicia.
Marduk era un dios de Babilonia, pero fue adoptado y adorado en toda Mesopotamia. Llegó a ser un dios universal, dueño del mundo y primero entre los dioses.
Existían además unas criaturas al servicio de los dioses: los genios y los demonios que podían ser tanto benefactores como maléficos. Su misión era proteger o castigar a los hombres. Estos demonios cuando castigaban lo hacían de manera cruel y atormentadora. Podían golpear a los hombres convirtiéndose en fantasmas, hombres de la noche, devoradores de niños, etc...

Fuente:http://es.wikipedia.org/wiki/Asirios

martes, 25 de agosto de 2009

El Conde Belisario- Robert Graves



En esta obra, Robert Graves, el mismo autor de Yo Claudio, nos transporta de nuevo al mundo romano, esta vez a Constantinopla, la capital de Imperio Romano de Oriente en el siglo VI. Es la historia de un gran general, un hombre admirable que consiguió mantener el predominio del imperio a pesar de los recelos de un emperador mezquino ensombrecido bajo su gloria.
Debo admitir que esta obra iluminó esa parte oscura de la historia, revelándome los secretos de la corte imperial y la vida en aquellos turbulentos años, de los cuales no tenía mucho conocimiento.
La narración bélica es impecable y plagada de pinceladas épicas. Las batallas importantes son explicadas con detenimiento y a medida que uno se sumerge en el relato, descubre la solidez histórica plasmada por el autor.
Una obra recomendable para los amantes de la novela histórica.

Titulo: El Conde Belisario
Autor: Robert Graves
Editorial: Edhasa
ISBN: 978-84-350-3329-9
Páginas: 760

Creta- Antony Beevor



En primer lugar, este es un libro histórico. Un compendio exacto de los hechos acaecidos en la isla de Creta durante la Segunda Guerra Mundial.
El autor nos relata la historia por medio de las experiencias de los protagonistas, conformando un texto coherente con todas estas anécdotas y hechos aislados. Desde mi punto de vista es un documento soberbio para aquellos apasionados por la historia. Personalmente me impactó bastante la primera parte, la narración de la invasión de los paracaidistas alemanes y el duro combate que siguió a continuación. Después de eso la historia pierde fuerza al tratar de explicar los hechos aislados de la resistencia hasta el final de la guerra. Debo destacar la impecable investigación como uno de los pilares del libro. Antony Beevor no dejó nada al azar y cubrió todo aspecto posible.
Debo advertir que es un texto rigurosamente histórico, que puede convertirse en una experiencia agotadora para aquellos acostumbrados a las novelas.

Titulo: Creta- La batalla y la resistencia
Autor: Antony Beevor
Editorial: Booket: Septiembre 2006
ISBN: 13:978-84-8432-798-1
Páginas: 562

jueves, 13 de agosto de 2009

El juego de Ender- Orson Scott Card



No soy muy dado a leer CF, mis gustos se inclinan más por la épica y la fantasía. Pero aquí debo hacer un paréntesis. Había escuchado hablar bastante acerca de esta obra, algunos comentarios positivos otros no tanto. Sin embargo después de haberla leído, debo confesar que me gustó y bastante. No solo por el tema de la amenaza extraterrestre sobre el planeta, ni por la utilización de niños genios para llevar a cabo la guerra. Me fascinó sobre todo el aspecto psicológico, la manera despiadada de forjar la personalidad de estos pequeños soldados de manera deliberada para convertirlos en perfectas máquinas de guerra. El final también me sorprendió gratamente. No lo esperaba de esa manera.

Titulo: El juego de Ender
Autor: Orson Scott Card
Editorial: Ediciones B- Colección de bolsillo
ISBN: 84-96581-57-8
Páginas: 362

Tirano- Christian Cameron



El día que compré este libro lo hice por pura intuición. No había escuchado nada acerca de la obra y menos del recorrido de su autor. No obstante la fuerza de la imagen de la portada y la editorial, de la cual contaba con algunas obras de buena calidad, me impulsaron a hacerme con el libro sin miramientos.
Lo primero que me sorprendió y gratamente, fue su temática. Es la historia de un mercenario ateniense que después de haber servido a las órdenes del Alejandro Magno, es contratado por el tirano de la ciudad de Olbia para entrenar su cuerpo de caballería. Yo por mi parte nunca había escuchado acerca de la importancia de la caballería griega (hippeis), y de pronto me vi atrapado por la historia. Fuera de eso, la aventura discurre en la tierra de los Escitas en las inabarcables estepas que rodean el actual Mar Negro.
Es una trama de intriga, muerte y traición.
La única pega que tiene el libro, y no sé si será asunto de la traducción, es el excesivo uso del nombre de los personajes en algunos pasajes. Desde mi punto de vista, se pudieron haber utilizado algunos pronombres e incluso alguna característica individual para nombrar a los personajes.
Claro que esto no le resta interés a la obra. Me atrevo a recomendarlo, sobre todo por que trata acerca de un pasaje difuso del mundo griego.

Titulo: Tirano
Autor: Christian Cameron
Editorial: Ediciones B
ISBN: 978-84-666-4023-7
Páginas: 571

viernes, 31 de julio de 2009

El caminante, capítulo completo

Bueno,amigos. Después de haber realizado las correcciones de rigor, os dejo el capítulo completo. Espero que sea del agrado de todos.

I

El caminante

EL SONIDO DEL ACERO se alzaba por encima del gemido del viento que rivalizaba con la violenta lid que se llevaba a cabo en el fondo de la explanada.
En medio de aquel erial, tres hombres se batían en una tormenta de golpes y fintas que no parecía tener fin. Dos de ellos arremetían contra el tercero, un sujeto joven que se movía con una agilidad envidiable, armado con un espada que aparentaba tener vida propia. Mientras la desesperación y el cansancio comenzaban a aflorar en los bruscos semblantes de los bandidos, los ojos del tercer espadachín refulgían con determinación bajo una expresión de rasgos endurecidos. Era uno con su acero, y cada movimiento desembocaba en un golpe que buscaba con ansia la carne rival. Al fin, uno de los malandrines bajó la guardia, fue tan sólo un latido, pero fue suficiente para que medio palmo de metal se le incrustara entre las costillas, traspasando el coselete de cuero y reventándole un pulmón. Un alarido desgarrador retumbó mientras el hombre se desplomaba sobre el firme. Lo último que vieron sus aterrados ojos fue aquel endemoniado filo buscando su garganta.
El otro forajido reculó al advertir el sonido húmedo de la hoja al abandonar el gaznate de su compañero. Mientras observaba atónito los últimos estertores del cuerpo a sus pies, comprendió que había sido un grave error haber atacado aquel solitario viajero. Estremecido, alzó la cabeza y estudió con detenimiento la faz de hierro que le contemplaba en silencio. Un miedo cerval le apretó la garganta al constatar la furia que ardía detrás de aquella mirada. Por unos momentos imaginó que se encontraba frente a un lobo hambriento y no un ser humano. El hombre comenzó a desplazarse con la agilidad de una pantera, unos movimientos suaves y decididos que al mal viviente se le antojaron letales. Horrorizado, se volvió en busca de una posición ventajosa desde la cual pudiese hacerle frente, pero ese latido de vacilación fue su peor error. Apenas pudo bloquear el filo de la hoja con un torpe doblez que les hizo caer en un punto muerto. Un sudor frío le recorrió la nuca al notar el filo brillando a pocos dedos de su mejilla. El hedor acre de la sangre que manchaba la punta le revolvió el estómago. De repente el forastero apoyó todo el peso de su cuerpo sobre la empuñadura, logrando que el acero se deslizara sobre el canto de la hoja rival, en medio de un horrendo chirrido que no se detuvo hasta que el filo saltó sobre la empuñadura de la falcata y consiguió cercenar varios dedos a su paso.
El forajido gritó con todas su fuerzas al sentir aquella pavorosa gelidez mutilando sus extremidades. La espada cayó de la mano destrozada y la certeza de la muerte le envolvió en su tenebroso sudario.
—¡Piedad! —chilló con desesperación, mientras un dolor agudo comenzaba a taladrar su cerebro.
—La piedad es un lujo que los de mi clase no se pueden permitir —replicó el forastero con indolencia. Ni siquiera la victoria consiguió arrancar un gesto de aquel semblante de hielo.
El bandido se apretaba el muñón con manos temblorosas, intentando sin éxito detener el río de sangre que manaba de la herida. Una intensa agonía se apreciaba en aquel rostro ceniciento.
Por unos instantes el caminante sintió pena por el pobre diablo. Sin embargo el código silencioso que regía su vida consiguió enterrar el leve retoño de humanidad que amenazaba con aflorar a la superficie.
El sujeto a sus pies tampoco fue ajeno a la lucha interna que se sucedía en el corazón del extraño. Podía advertir la tensión que se insinuaba tras esas facciones apretadas. Entonces soltó un suspiro de alivio imaginado que tenía esperanza de salvarse, pero estas cavilaciones se vieron interrumpidas por el rápido movimiento de la hoja al cercenarle la cabeza.

El sol del mediodía se filtraba a través de los altos ventanucos de la estancia, dando vida a las partículas de polvo que flotaban en el aire. El anciano se pasó la mano por el cuello sudoroso mientras se concentraba en los pergaminos que tenía enfrente. A su lado, una lamparilla de aceite daba sentido a los jeroglíficos plasmados en aquel cuero endurecido cientos de años atrás. Los dedos del viejo, aunque castigados por la artritis, aún conservaban la firmeza que le habían dejado décadas de servicio en las legiones. El crujido de la puerta llamó su atención, arrancándole de la modorra que le entumecía los músculos. Levantó la vista y tan sólo pudo discernir la silueta rodeada de luz que invadía el recinto. Las hojas se cerraron de nuevo y las pupilas del carcamal tardaron unos latidos en acostumbrarse a la penumbra. Parado enfrente de la mesa se encontraba un hombre espigado, embozado en una capa marrón. Sus facciones afiladas apenas se apreciaban a través de la tela, pero la intensidad que radiaban aquellos ojos oscuros consiguió alarmar al veterano. Hacía mucho tiempo que Aderius no se enfrentaba con la mirada de un guerrero, de un luchador de pura casta. Alguien muy diferente a los carniceros que pululaban como la peste en aquella tierra maldecida por la guerra y la hambruna.
El extraño le contempló por unos momentos que se hicieron eternos, como si escudriñara los rincones más profundos del alma de anciano.
—El Concilio os manda sus saludos, Aderius de Helk —susurró una voz suave que emanaba del interior de la capucha.
El semblante del viejo se tornó pálido como una loza de alabastro al escucharle. Una sensación fría le revolvió las entrañas al recordar unos años que hubiese querido dejar atrás.
—No se de qué me habláis, forastero —replicó con tono firme, evadiendo el escrutinio del recién llegado—. Soy tan sólo un escribano de poca monta y en nada puedo ayudaros.
El desconocido no dijo nada, se limitó a clavar aquellos inquietantes ojos sobre su interlocutor.
—El Concilio nunca olvida a sus deudores —dijo con tensa suavidad.
El sudor perlaba las sienes de Aderius, mientras desviaba la atención hacia el leve fulgor de plata que se insinuaba debajo de la capa. Se pasó el dorso de la mano por la frente, tratando de ocultar de mal modo el miedo que comenzaba a apretarle el corazón. La sola mención del Concilio le arrastraba hasta los oscuros días de su juventud, como si se tratase de una pesadilla.
—Os repito que nada puedo hacer para ayudaros, forastero —repitió tratando de darle un tono autoritario a su voz, pero sólo consiguió exhalar un leve gemido.
Una expresión similar a una sonrisa afloró en la tez perfilada bajo el embozo. La mano del extraño se perdió en el interior de la capa y Aderius sintió un escalofrío. No obstante, la sangre volvió a dar vida a sus facciones al notar que extraía un medallón que refulgía levemente entre sus dedos. El viejo desvió la mirada hacia el rostro del extraño y luego hacia el objeto que aferraba con respeto reverencial, como si se tratara de una ofrenda divina.
Al notar la incertidumbre impresa en la vista del escribano, el viajero dejó rodar la pieza de orfebrería sobre la mesa repleta de pergaminos.
La joya era digna de un rey. Se trataba de un macizo círculo de plata con filigrana de oro, que pendía de una cadena adornada con eslabones de bronce en forma de espadas. No obstante todo aquello palidecía frente al rubí en forma de balanza que sobresalía en el medio del disco.
Aderius no resistió la tentación de tomarla entre sus dedos, hechizado por la figura que formaba la gema. El viejo legionario soltó un sonoro suspiro al constatar que el símbolo del Concilio refulgía en sangre bajo el reflejo de la lámpara de aceite.
—Tan sólo el equilibrio puede mantener el mundo en marcha… —musitó con resignación, consciente de que no podría escapar a su destino.
—…Y las espadas del Concilio están allí para mantener este balance —contestó el forastero, con un lema que había pasado de generación en generación por cientos de años. Una frase que en los labios equivocados podría traer funestas consecuencias a quién se atreviese a mencionarla.
El recién llegado se libró de la capucha, y sólo entonces Aderius pudo constatar, con cierta sorpresa, que se trataba de un hombre bastante joven. En sus días los maestros del Concilio nunca hubiesen permitido que el peso de una misión recayera sobre los hombros de un crío como aquel. Pero los tiempos habían cambiado. La guerra amenazaba con desintegrar el otrora poderoso imperio de Admelahar, y tal vez el sagrado equilibrio que profesaba la orden tuviese que reestablecerse de manera desesperada, valiéndose de todos los medios que tuviesen a su disposición. Pero a pesar de su recelo hacía el extraño, Aderius tenía que reconocer que la marca del guerrero se advertía en todo su humanidad. No pudo apartar la vista de las extremidades largas y nervudas y del vientre plano que se insinuaba debajo del coselete de cuero que le protegía desde la garganta hasta la cintura. El veterano imaginó que detrás de esa figura económica se agazapaban años de duro entrenamiento y privaciones. Era consciente de que los servidores de la balanza eran los guerreros más duros que había conocido, incluso más que los hombres que servían en las legiones imperiales. Desde pequeños eran imbuidos en un fanatismo oscuro que conseguía borrar de sus mentes todo atisbo de piedad y humanidad, un pequeño precio a pagar para mantener el caos alejado de las tierras de Anthurak, o por lo menos eso solían repetir hasta la saciedad los maestros de la orden, mientras trataban con una brutalidad inconcebible a sus discípulos.
Los duros ojos del muchacho alejaron al anciano de sus reflexiones. Al contemplar aquel rostro de rasgos afilados, Aderius percibió un fanatismo nocivo emanando por cada uno de sus poros. Sintió pena por el crío. Nunca conocería la paz o el amor de una mujer. Su vida transcurriría en medio de la zozobra y la conspiración, en una existencia en la que la elección nunca había formado parte.
—No os preocupéis —exclamó el joven con frialdad, ajeno a las meditaciones del viejo—, vuestros esfuerzos serán bien recompensados.—Dicho esto, arrojó una bolsa repleta de dragones de oro sobre la mesa. El sonido del metal al caer retumbó por las paredes de la estancia y pareció flotar en el aire por unos momentos.
El veterano enlazó los dedos sobre los pergaminos y esbozó una sonrisa amarga, pensando que quizá estaba demasiado viejo para aquellos menesteres.
—Decidme forastero —inquirió con recelo —¿Qué podría hacer por vos un humilde escribano?
De nuevo una sonrisa iluminó aquel semblante pétreo, dándole por unos latidos la apariencia de un muchacho corriente.
—Conozco vuestra historia, Aderius de Helk —apostilló con sorna—.Nadie manejaba el acero como vos, o por lo menos eso aseguraban los maestros.
El aludido se removió con inquietud al rememorar algunas cosas que hubiese preferido enterrar en lo más recóndito de su cerebro.
—Habladurías sin fundamento, palabras de necios —replicó en tono de hastío, haciendo caso omiso de aquel comentario.
El recién llegado le estudió por unos instantes, recobrando la expresión que le caracterizaba. Se alzó de hombros y sus ojos despidieron un fulgor sombrío.
—Cómo queráis, anciano —exclamó con un deje de desprecio. No podía entender cómo alguien no pudiese sentirse orgulloso de un pasado como aquel.
Recorrió el lugar con aire inquisitivo y luego se volvió de nuevo hacia Aderius.
—Necesito vuestra ayuda para penetrar en la fortaleza de Phaddim —dijo, apoyándose con firmeza sobre la mesa.
El veterano abrió los ojos de par en par, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar. Le contempló enmudecido sin saber qué decir. La fortaleza de Phaddim era un bastión inexpugnable, ni siquiera un ejército con armas de asedio podría arañar sus gruesas almenas.
—Pero eso es prácticamente imposible… —aseguró con un hilo de voz.
El rostro inexpresivo del servidor del Concilio no mostró sorpresa ante aquella respuesta.
—No os digo que organicéis una revuelta, anciano —replicó con sorna—. Tan sólo os pido que encontréis una manera de hacerme entrar. Del resto me encargaré yo.
Aderius se mesó la barba y frunció el ceño. Sin duda la petición del forastero le metía en una camisa de once varas, sin que pudiese hacer nada para evitarlo. Negarse a prestarle ayuda a un hermano del Concilio era firmar una sentencia de muerte. De un modo u otro tendría que hacer ingresar al rapaz al interior de esos infames muros.
—Usad vuestro cerebro, viejo. Mi maestro me aseguró que si alguien podría hacerlo, ese seríais vos.
Aderius maldijo por lo bajo, pero ya no podía hacer otra cosa.
—Dejadme pensar hasta mañana —afirmó, pasándose la mano por la blanca cabeza—, os tendré una solución para entonces.
El extraño asintió y, después de embozarse en la capa para salir de allí, la voz quebrada del viejo le detuvo en el umbral.
—¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —le interrogó con curiosidad—. Las tropas del Barón tienen bloqueados todos los caminos.
—No todos, escribano —respondió el caminante con expresión sombría—. Aún quedan los senderos de las montañas de Cobre.
—Ahora convertido en un erial infestado de bandidos —exclamó Aderius sin ocultar la sorpresa.
—No tenéis que decírmelo, lo sé de primera mano —aseguró con una mueca escalofriante que dejó helado al viejo legionario.

lunes, 27 de julio de 2009

El caminante



Aqui les dejo un fragmento de la novela que estoy escribiendo en estos momentos.

El caminante

EL SONIDO DEL ACERO se alzaba por encima del gemido del viento que parecía rivalizar con la violenta lid que se llevaba a cabo en el fondo de la explanada.
En medio de aquel erial, tres hombres se batían en una tormenta de golpes y fintas que no parecía tener fin. Dos de ellos arremetían contra el tercero, un sujeto joven que se movía con una agilidad envidiable, armado con un mandoble que aparentaba tener vida propia. Mientras la desesperación y el cansancio comenzaban a aflorar en los bruscos semblantes de los bandidos, los ojos del tercer espadachín refulgían con una determinación oscura bajo una expresión de rasgos endurecidos. Era uno con su acero, y cada movimiento desembocaba en un golpe que buscaba con ansías la carne rival. Al fin, uno de los malandrines bajó la guardia, fue tan sólo un latido, pero fue suficiente para que medio palmo de metal se le incrustara entre las costillas, traspasando el coselete de cuero y reventándole un pulmón. Un alarido desgarrador retumbó mientras el hombre se desplomaba sobre el firme. Lo último que vieron sus aterrados ojos fue aquel endemoniado filo buscando con furia su garganta.
El otro forajido reculó al advertir el sonido húmedo de la hoja al abandonar el gaznate de su compañero. Mientras observaba atónito los últimos estertores del cuerpo quebrado a sus pies, comprendió que había sido un grave error haber atacado aquel solitario viajero. Estremecido, alzó la cabeza y estudió con detenimiento la faz de hierro que le contemplaba en silencio. Un miedo cerval le apretó la garganta al constatar la furia muda que ardía detrás de aquella mirada despiadada. Por unos momentos imaginó que se encontraba frente a un lobo hambriento y no un ser humano. El hombre comenzó a desplazarse con la agilidad de una pantera, unos movimientos suaves y decididos que al mal viviente se le antojaron letales. Horrorizado, se volvió en busca de una posición ventajosa desde la cual pudiese hacerle frente, pero ese latido de vacilación fue su peor error. Apenas pudo bloquear el filo del mandoble con un torpe doblez que les hizo caer en un punto muerto. Un sudor frío le recorrió la nuca al notar la hoja brillando a pocos dedos de su mejilla. El hedor acre de la sangre que manchaba la punta le revolvió el estómago. De repente el forastero apoyó todo el peso de su cuerpo sobre la empuñadura, logrando que el acero se deslizara sobre el canto de la hoja rival, en medio de un horrendo chirrido que no se detuvo hasta que el filo saltó sobre la empuñadura y consiguió cercenar varios dedos a su paso.
El forajido gritó con todas su fuerzas al sentir aquella pavorosa gelidez mutilando sus extremidades. La espada cayó de la mano destrozada y la certeza de la muerte le envolvió en su tenebroso sudario.
—¡Piedad! —chilló con desesperación, mientras un dolor agudo comenzaba a taladrar su cerebro con fuerza enloquecedora.
—La piedad es un lujo que los de mi clase no se pueden permitir —replicó el forastero con indolencia. Ni siquiera la victoria consiguió arrancar un gesto de aquel semblante de hielo.
El bandido se apretaba el muñón con manos temblorosas, intentando sin éxito detener el río de sangre que manaba con furia de la herida. Una intensa agonía se apreciaba en aquel rostro ceniciento.
Por unos instantes el caminante sintió pena por el pobre diablo. Sin embargo el código silencioso que regía su vida consiguió enterrar el leve retoño de humanidad que amenazaba con aflorar a la superficie.
El sujeto a sus pies tampoco fue ajeno a la lucha interna que se sucedía en el corazón del extraño. Podía advertir la tensión que se insinuaba tras esas facciones pálidas y apretadas. Entonces soltó un suspiro de alivio imaginado que tenía esperanza de salvarse, pero estas cavilaciones se vieron interrumpidas por el rápido movimiento de la hoja al cercenarle la cabeza.

martes, 21 de julio de 2009

El Enviado - J. Vilches



Empezar a hablar de la obra de Jesús es adentrarse en un mundo maravilloso, sólido y cargado de significados. Y no es para menos, ya que el autor tardó cerca de diez años en construir de manera minuciosa esta increíble aventura que te atrapa de principio a fin.
Esta novela es la primera parte de la Flor de Jade, una epopeya épica que estoy seguro dejará una huella importante en la literatura fantástica española.
A pesar de sus 625 páginas, la historia se lee con fluidez gracias al poder narrativo, casi poético que le imprime su autor.
Al comenzar a leer te ves atrapado por una acción narrada de forma soberbia, que devela un mundo descarnado donde impera la ley del acero. Un segmento épico que te impide despegar los ojos de los rápidos y terribles acontecimientos que hacen tambalear el viejo orden de aquel bello y terrible mundo.
Después de un prólogo que te deja sin aliento, te sumerges en las vicisitudes de los protagonistas, mientras éstos enfrentan su misterioso destino. Recorres junto a ellos una tierra indómita y compartes sus aventuras y desdichas, hasta que las claves de su futuro comienzan a ser develadas.
Una de las cosas que más me impresionó de la obra, son las notas de pie de página. En ellas se explican detalles notables acerca de la vida, religión, historia y costumbres de este fantástico mundo. Al notarlo, comprendí que El Enviado no era producto de un sencillo arrebato de inspiración, sino todo lo contrario, se trataba del fruto de un trabajo meticuloso y perseverante que no había dejado un solo detalle al azar.
Ahora no queda más que esperar la próxima entrega de esta increíble saga que ya me tiene irremediablemente atrapado.

Titulo: El Enviado/La flor de Jade- Libro primero
Autor: J. Vilches
Editorial: Mundos Épicos
ISBN:978-84-936919-4-3
Páginas: 625

miércoles, 15 de julio de 2009

Armas Antiguas- Wakizashi



La wakizashi (脇差 o 脇指:わきざし?), también conocida como shōtō (小刀?), es una espada corta tradicional japonesa, con una longitud de entre 30 y 60 centímetros. En el caso más corto, casi habría que hablar de tanto, un tipo japonés de cuchillo.
Su forma es similar a la de la katana, aunque el filo es generalmente más delgado y por tanto puede herir con mayor severidad a un objetivo desprotegido. Los guerreros samurai a menudo llevaban ambas consigo, denominándolas en conjunto daisho, literalmente 'la larga y la corta'.
La wakizashi se usó desde un principio como arma de defensa para el samurái, cuando no disponía de la katana. En este aspecto sustituyó al tantō, antes mencionado, que se utilizó al principio y durante las guerras civiles. Cuando un samurai entraba en un edificio dejaba su katana en un soporte junto a la entrada. Sin embargo, podía llevar consigo la wakizashi en todo momento, e incluso tenerla cerca mientras dormía para repeler cualquier agresión. Al ser más corta y manejable, era más indicada para la defensa en espacios cerrados, donde muy probablemente cualquier ataque o guardia de una katana tropezaría con vigas, techos o mobiliario, que entorpecería su movimiento. La wakizashi tenía por tanto una función análoga a las pistolas en las fuerzas armadas modernas; más efectiva en ámbitos civiles o paramilitares que en combate abierto.
La Wakizashi también se usaba para pelear en templos, ya que estos eran de techo bajo, y también para pelear en postura seiza (postura arrodillada con los pies extendidos).
Debido a su tamaño también era utilizada por los ninjas en sustitución del Ninjato, el cual ocupa un lugar intermedio entre la katana y el wakizashi o kodachi.
Gracias a su pequeña longitud el desenvaine y corte era más fácil.



Fuente:http://es.wikipedia.org/wiki/Wakizashi