miércoles, 25 de noviembre de 2009

Reflejos en el cristal

Bueno, chicos. Aquí les dejo un relatillo de terror con el que participé en el VIII concurso de Tierra de Leyendas, organizado por la página Sedice.com.
Me siento satisfecho con el resultado, ya que la historia quedó entre los relatos opcionados para ser publicados.

REFLEJOS EN EL CRISTAL

Las manos no dejaban de temblarle y el corazón latía desbocado en su pecho. Mike Pinzón respiró hondo y apretó con fuerza el volante del coche. Sonrió al pensar lo estúpido que había sido al asustarse de aquel modo. Tal vez la tensión y el cansancio conspiraron en su mente para crear aquella visión en el retrovisor.
Miró el monótono paisaje que se abría a ambos lados de la interestatal 15, y percibió el olor del ozono que flotaba en el ambiente. A través del espejo podía ver los nubarrones negros y grises que comenzaban a ocultar el ardiente sol del mediodía. Ya advertía el calor pegajoso que aquello traería consigo. Se recreó por unos instantes en la desolación abrumadora que parecía encogerle el alma. No se escuchaba ningún sonido, ni siquiera el silbido del viento rasgando las interminables planicies de aquel erial. Encendió un cigarrillo e imaginó que le quedaban poco menos de dos horas para estar de nuevo en Las Vegas. Al pensar en los diez mil dólares que le esperaban en la ciudad, una mueca parecida a un sonrisa le dio vida a su semblante. El trabajo estaba hecho, no quedaba más que cobrar.
La tormenta le alcanzó unas millas antes de alcanzar el poblado de Mezquite. Los rayos sesgaban el cielo y los truenos respondían con fabulosos bramidos que consiguieron inquietarle. No esperaba un temporal tan violento en aquella época del año. Entonces, de la nada, apareció la silueta de una gasolinera a un lado de la vía. Mike desvió el vehículo y se detuvo enfrente de un caserón de dos pisos, contiguo a la estación. No le gustaba la idea de detenerse, pero no quería conducir en estas condiciones.
De pronto su aliento se congeló al advertir el rostro surcado de arrugas que se reflejaba de nuevo en el retrovisor. Una mano gélida le revolvió las entrañas al volverse hacia la parte posterior.
Nada. Tan sólo el asiento vacío y el reflejo de un rayo reventando en la distancia.
Un sudor frío perlaba la amplia frente del Mike. Aquel maldito espejismo no le hacía ninguna gracia. Alzó la vista y distinguió el anunció que titilaba sobre la puerta del lugar. “Medicine man”, rezaba en letras desconchadas sobre una figura que necesitaba una buena mano de pintura. Encendió otro cigarrillo y pensó que un trago le haría bien.
El local no era más que una cabaña cochambrosa con un mostrador y unas cuantas mesas mal iluminadas. Mike sonrió al imaginar que algún estúpido pretendía recrear el ambiente del viejo oeste en aquel antro de mala muerte. Tres hombres que charlaban en el rincón apenas le notaron tras cruzar a su lado. Un hedor extraño flotaba en el aire y Mike decidió que era mucho mejor buscar un sitio en la barra, cerca de la ventana. Una mujer de mal aspecto vegetaba en el extremo, jugueteando con un vaso vacío. Tenía la mirada perdida en la hilera de botellas que se amontonaban en las estanterías al otro lado del mostrador. Mike contempló la extraña colección y el inmenso espejo que se alzaba en el centro.
Bebió un escocés bien cargado, tratando de apaciguar el desasosiego que le invadía. No podía imaginar qué demonios le estaba sucediendo… ¿estaría perdiendo la cordura? Era imposible que algo así pudiera pasarle. Se estremeció al recordar aquellos ojos negros, enclavados como pequeñas canicas en el rostro ajado que se reflejaba en el retrovisor. Inquieto, apuró el trago, mientras el estruendo de la tormenta rompía con el tenso mutismo que reinaba en aquel lugar.
Entonces, un horror atávico le pegó a la silla cortándole la respiración. Apretó los ojos y apartó la vista del espejo como si se tratase de una luz deslumbrante que le hiriera las pupilas. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del vaso hasta que los nudillos se blanquearon.

No era posible…. No.

Con esfuerzo, alzó de nuevo la cabeza y contempló la imagen que le devolvía el cristal. Allí, sentado a un lado de la puerta, se hallaba un indio de piel curtida surcada de arrugas. Sus ojos, negros como la noche, traspasaban la humanidad de Mike Pinzón como agujas de hielo.
Aterrado, por poco cae de la butaca, atrayendo las miradas de los pocos parroquianos que se hallaban alrededor. Su desconcierto aumentó aún más al descubrir que la mesa en que se suponía estaba el carcamal se encontraba vacía.
Necesitaba calmarse si pretendía apaciguar el caos que comenzaba a latir en su interior. Intentó buscar los cigarrillos, pero sus manos se negaban a responderle. Ahora todas las miradas estaban fijas sobre él, como si se tratase de alguna especie de lunático. Comenzaba a sentirse asfixiado con aquella situación. Corrió hacia el baño y permaneció allí por unos minutos, tratando de organizar sus ideas. De repente su mundo perdía toda coherencia, arrastrándole en una espiral de caótica locura.
No era posible, se dijo a sí mismo, contemplado la imagen que le devolvía el espejo del baño y temiendo que ocurriera nuevamente. Pero no. Tan sólo su semblante sudoroso y los ojos inquietos le observaban desde el otro lado. Se mojó el rostro y se arregló el cabello lo mejor que pudo, abochornado ante el patético espectáculo que acababa de representar.
Cerró los ojos y aspiró el hedor a orín y suciedad estancada que impregnaba el lugar. Una sensación estremecedora le recorrió la espina dorsal al sentir una sensación gélida sobre su hombro. Abrió los ojos y se encontró con el rostro del anciano reflejado en el cristal. Esta vez una sonrisa desdentada acompañaba aquella expresión, dándole un aspecto aún más aterrador.
Mike golpeó la lámina con furia, las astillas se clavaron en su carne pero el caos que reinaba en su interior hizo caso omiso del dolor. Lo único que deseaba era salir de allí cuanto antes, abandonar el lugar y enfilar de nuevo hacia donde todo comenzó.
El encargado intentó detenerle en la puerta, pero Mike, en medio de su locura, le arrojó contra un mesa repleta de botellas. Lo único que escuchó antes de encender el coche fue el grito ahogado de la mujer que se hallaba en el interior del bar.
Sin pensarlo siquiera, le dio la vuelta al vehículo y enfiló en dirección contraria, rumbo a Littlefield, Arizona. La lluvia arreciaba, pero esto no evitó que Mike pisara el acelerador a fondo. Debía saberlo, debía conocer la verdad antes de perder el último jirón de cordura que aún conservaba.
Los rayos hendieron los cielos mientras conducía a toda velocidad por aquel descampado. La mano herida comenzaba a palpitar y el trozo de tela sucia que evitaba la hemorragia no era más que una mancha rojiza y turbia. Pero nada de eso parecía importarle, continuaba conduciendo a pesar de la baja visibilidad y las gotas furiosas que golpeaban sobre el parabrisas.
La noche había caído ya cuando el Taurus negro se desvió por un sendero convertido en un lodazal. Mike maldijo al notar que las llantas se hundían en aquella inmundicia impidiendo su avance. Se bajó y se arrastró por aquel fango en dirección a la cima rocosa. Trastabilló varías veces, lastimándose la mano herida, pero esto no impidió que alcanzara al fin su destino.
Una mueca demencial ensombreció su cara enjuagada por la lluvia y el sudor. Los ojos ardieron como ascuas al caer sobre el montículo que se hallaba a sus pies. Hundió los dedos en aquel fangal, cavando con denuedo, mientras la tormenta arreciaba sobre su cabeza. Una carcajada espeluznante hizo eco en medio de la penumbra cuando sus manos rozaron el rostro del anciano enterrado en aquel túmulo.
—¡Estás muerto, hijo de perra! —gritó exultante, con el semblante convertido en una mueca aterradora—. Yo mismo te enterré bastardo…
Un destello grisáceo apareció en la mano de Mike.
—¡Estás muerto, muerto… me oyes! —rugió, vaciando el cargador de la SIG-Sauer nueve milímetros sobre aquel despojo—.¡Muere de una puta vez, indio maldito!
Extenuado, Mike cayó de rodillas. Temblaba sin cesar y el frío le calaba los huesos. Por fin podía descansar, el bastardo estaba realmente muerto… no le atormentaría más con su presencia.
Como pudo, regreso hasta el vehículo, convertido en un desastre. Se dejó caer en el interior. Soltó una carcajada demencial al pensar en lo sucedido. Nadie le creería aquella maldita locura.
Recordó los cigarrillos que guardaba en la guantera. Necesitaba fumar con desesperación.
Respiró el aire cargado de ozono y se acomodó en el sitio del conductor. Aún debería pensar como demonios sacaría el coche del barrizal.
Entonces se quedó sin aliento al advertir el rostro ajado y los ojos hundidos que le observaban desde el otro lado del retrovisor, en medio de una sonrisa espeluznante.

4 comentarios:

  1. José Luis, tengo que felicitarte, este relato me encantó. Has conseguido impregnarlo de una atmósfera inquietante que acompaña hasta hasta el final del relato, atrapando la atención del lector. Le di un 8.00 y estaba en el puesto 11 de mi lista.

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  2. No sabes cuanto me alegra tu comentario Susana.
    Viniendo de una escritora de tu calibre, es un gran aliciente.
    Un gran abrazo desde este pequeño rincón.

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  3. Jose Luis, la forma como lo narraste, el lenguaje y el vértigo fue lo que más me gustó, te felicito.

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  4. Hola Luis, es un placer saber que eres un visitante asiduo de esta bitácora.
    Este relato es un pequeño experimento que en verdad me ha gustado.
    Un abrazo.

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