martes, 22 de enero de 2013

LA CARGA DE LOS NIHASHI

Publicado en Ragnarok No. 7






Kogy sonrió con desdén al vislumbrar el mar de acero que refulgía en el fondo del valle. Un hervidero de hombres en perfecta formación, como un gran tablero de ajedrez. El menor de los Nihashi alzó la vista hacia la colina y descubrió las oriflamas palpitantes del Lord Matsuo. Los tigres alados estaban acompañados por la serpiente marina de los Señores del Este. Sin duda se trataba de un gran ejército. Una fuerza destinada a destruir el poder de su padre en las tierras septentrionales. De antemano comprendía que eran enemigos formidables, pero aquello no tenía importancia. El honor de su clan estaba en entredicho y tenía su acero para probar lo contrario.
Alzó la vista al sol naciente y respiró el aire frío del amanecer. La fragancia de la hierba húmeda y el hedor de hombres y monturas le llenaron los pulmones.
Takeo envidió la calma de su hermano. Allí, embutido en aquella armadura lacada y armado hasta los dientes, era la misma encarnación del dios de la guerra. Al vislumbrar la extraña tranquilidad que asomaba en su rostro comprendió que había nacido para aquel momento. Él, por el contrario, deseaba con todas sus fuerzas encontrarse lejos de allí. Su mente se hallaba sumida en los recuerdos de Miraku, en aquel cuerpo tibio y piel de porcelana que le había alegrado sus días. Pero aquello no tenía importancia. Sin honor no sería más que una sombra, una vergüenza para los suyos y sus ancestros. Apretó el mango de la espada y acarició el manojo de cabello de su amada que pendía de la empuñadura. Ella misma se lo había puesto en las manos la noche anterior a su partida.
Un murmullo surgió de las apretadas filas de jinetes al vislumbrar la presencia del patriarca del clan Nihashi. Portaba un peto bellamente labrado con un fiero león de montaña, símbolo de su familia. El bronce refulgió al contacto con los primeros rayos del sol. Se detuvo en medio de sus dos retoños y asintió con gravedad sin pronunciar palabra. Fijó la atención en las líneas enemigas y un leve suspiro surgió del aquel rostro severo, enmarcado por los años. Las fuerzas combinadas de los invasores le superaban al menos cinco a uno. Podía ver las filas de arqueros apostados en los abetos que se abrían a la derecha de su posición. El fulgor de aquellos yelmos se insinuaba a través de la espesura.
Enfrente, los colores de sus rivales palpitaban bajo el viento, orgullosos e imbatibles. Pero todo aquello no importaba. El honor dictaba que deberían plantar cara a sus adversarios sin importar las consecuencias. Akira Nihashi volvió entonces la vista hacia el pabellón de Lord Matsuo y una cólera cerval le inundó el pecho. Hacia allí dirigiría la ira de sus huestes. Estaba decidido a terminar con aquel traidor a toda costa, sin importarle perder la vida en el intento.
El Señor de los Nihashi desenvainó la espada y un grito aguerrido emanó con vigor de las gargantas de sus seguidores, un clamor que retumbó por aquellas montañas, anunciándoles a los invasores que pagarían con sangre su afrenta.
Volvió la vista hacia Kogy. El joven sonrió con altivez, mientras tiraba de las riendas de la agitada montura. En aquellos ojos destellaba la irreflexiva pasión de la juventud. Luego contempló el semblante de Takeo y vislumbró una sombra de desdicha que luego se convirtió en firmeza al sentir el peso de su mirada. El mayor de los Nihashi asintió al tiempo que desenvainaba la espada. Kogy soltó una carcajada y les rogó a los dioses que guiaran su hoja hacia el corazón del enemigo.
 Cargaron colina abajo, en medio del estruendo de los cascos y el resplandor de los yelmos y las espadas. La tierra tembló bajo el peso de cientos de corceles de batalla destinados a romper las líneas adversarias.
Una lluvia de saetas surgió de la arboleda. Decenas cayeron en el flanco de la formación, pero el cuerpo principal permanecía impertérrito, cabalgando sin tregua hacia la gloria o la muerte. Akira Nihashi evadió los cuerpos quebrados de su vanguardia y prosiguió con tenacidad hacia las filas de carne y acero que le esperaban más adelante. A la izquierda, su hijo menor blandía la katana sobre la cabeza como los bárbaros de las estepas.
A una orden, la horda de caballería se convirtió en una cuña afilada que rompió el centro de la infantería enemiga. Blandiendo su aguzada hoja y salpicándose con la sangre tibia del enemigo, Takeo vislumbró el terror en los ojos de aquellos desdichados, mientras intentaban huir en desbandada. La imagen de Miraku se difuminó en medio de un poder bestial que emanaba del fondo de su ser. Una fuerza avasalladora que borró todo rastro de humanidad, convirtiéndole en un lobo hambriento.
Los que no caían aplastados bajo el peso de las monturas eran desmembrados por las espadas de las tropas Nihashi. Cientos buscaron la seguridad de la colina, creando un caos colosal que los atacantes no pasaron por alto. Las filas de infantería y arqueros se deshacían bajo los cascos de aquellas monturas acorazadas. Por un breve instante la posibilidad de victoria comenzó a latir en los corazones de aquellos fieros guerreros, pero se diluyó al advertir la poderosa columna de caballería que avanzaba a todo galope desde los costados del valle, cerrando toda posibilidad de repliegue. Pero los Nihashi eran una casta guerrera, y el deshonor de la retirada nunca hubiese manchado sus pensamientos. Al vislumbrar la amenaza que se cernía sobre ellos, pegaron las rodillas a los ijares de las bestias y cabalgaron como el viento con su señor a la cabeza.
Kogy se abrió paso con furia, destrozando yelmos y cortando miembros sin piedad. Un gesto enloquecido le llenaba el rostro manchado de sangre.  El filo de una lanza destripó a su montura, pero el menor de los Nihashi se irguió y abrió un sendero de muerte a punta de espada. Los rivales caían como trigo maduro al paso de su acero. Se volvió por un instante y contempló el corcel de batalla de su padre reventando las defensas de Matsuo, seguido por el grueso de la caballería que aún continuaba con vida. Tras ellos, un manto de cadáveres daba cuenta de la ira del avance. Y más allá, el fulgor de de las corazas bruñidas de los jinetes enemigos destellaba como mil soles. Kogy alzó la vista al lienzo azulado y cargó en medio de un grito de batalla, abatiendo a todo aquel que le hacía frente.
Takeo evadió el filo de un yari y cercenó el brazo de su atacante. Frente él, la guardia personal de su progenitor era diezmada por una marea de arqueros y lanceros que manaron del bosque para proteger a su señor. No obstante un puñado de jinetes consiguió romper aquella inesperada resistencia, abriéndose paso hacia el corazón del enemigo. Akira Nihashi se derrumbó enfrente del pabellón de Matsuo y sus oriflamas de leones alados. Se puso de pie con esfuerzo, la adrenalina reventándole el pecho. Dos saetas asomaban sobre su armadura y una tercera le mordía el muslo derecho. Los ojos enloquecidos de Matsuo le contemplaban con horror y sorpresa. Nunca imaginó que los Nihashi pudieran alcanzar su propio campo. Varios guerreros salieron a hacerle frente, pero el arribo de Takeo y el resto de los hombres les obligó a luchar por su propia vida.
El señor de los Nihashi avanzó con lentitud hacia su enemigo, el mismo que había roto un pacto de centurias para apuñarle por la espalda con ayuda de los señores del Este. Sonrió con amargura y enfiló con determinación hacia aquel odiado rival. El sonido de la batalla reverberaba en sus oídos, trayendo consigo los lamentos de los caídos y el restallar de los aceros. Matsuo retrocedió aterrado, buscando el auxilio de sus tropas. No obstante, un cinturón de fuerzas de Nihashi retenía a los atacantes y toda posibilidad de salvación.
Matsuo atacó en medio de la desesperación. Ambas hojas levantaron un mar de chispas azuladas al chocar. Sin embargo, la habilidad de Akira era legendaria y la suerte estaba echada para el traidor. La katana realizó un arco fulgurante, rajando de un solo tajo el vientre de Matsuo. Éste cayó de rodillas, con una expresión impotente en el rostro sudoroso. La hoja cayó de nuevo y la cabeza del noble rodó a los pies de Akira Nihashi. Una extraña paz invadió al señor de aquellas tierras al comprender que su honor estaba intacto. La afrenta había sido compensada con creces. Volvió la vista y contempló a la caballería rival abriéndose paso a través de sus mermadas fuerzas. Aspiró el aire cargado de muerte y sintió el calor del sol calentando su rostro congestionado. Takeo yacía a pocos pasos de allí, los ojos sin vida fijos en el manojo de cabello que asomaba entre unos dedos manchados de sangre. No hubo pena en su corazón al contemplar el despojo de su heredero, tan sólo una macabra satisfacción al saber que Takeo había caído defendiendo el honor de la familia. Los últimos guerreros del clan Nihashi eran diezmados por una fuerza cinco veces superior. El grito de batalla de Kogy se alzaba sobre los sonidos del combate. Un torbellino de acero que pronto se vería acallado por el poder del enemigo.
Akira Nihashi sonrió con desdén al advertir los rostros furiosos que se acercaban blandiendo sus lanzas. Soltó una carcajada que dejó estupefactos a sus rivales y, luego, con un rápido movimiento, se arrojó sobre su propia espada para evitar la vergüenza de la captura.

FIN.


2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, sobretodo la forma de narrar el combate, una lucha épica de samurais. Me encantan este tipo de historias, los samurais y su némesis (los ninjas) dentro del periodo feudal de Japón. Un saludo.

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  2. Eihir, muchas gracias por tu comentario. Me alegra mucho que te haya gustado la historia. Debo admitir que las historias épicas son mi debilidad.
    Un saludo.

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